Editorial Sembrar el Petróleo. Diario Ahora Nº183
del 14 de julio de 1936
Cuando se considera con algún
detenimiento el panorama económico y financiero de Venezuela se hace angustiosa
la noción de la gran parte de economía destructiva que hay en la producción de
nuestra riqueza, es decir, de aquella que consume sin preocuparse de mantener
ni de reconstituir las cantidades existentes de materia y energía. En otras
palabras la economía destructiva es aquella que sacrifica el futuro al
presente, la que llevando las cosas a los términos del fabulista se asemeja a
la cigarra y no a la hormiga.
En efecto, en un presupuesto
de efectivos ingresos rentísticos de 180 millones, las minas figuran con 58
millones, o sea casi la tercera parte del ingreso total, sin numerosas formas
hacer estimación de otras numerosas formas indirectas e importantes de
contribución que pueden imputarse igualmente a las minas. La riqueza pública
venezolana reposa en la actualidad, en más de un tercio, sobre el
aprovechamiento destructor de los yacimientos del subsuelo, cuya vida no es
solamente limitada por razones naturales, sino cuya productividad depende por
entero de factores y voluntades ajenos a la economía nacional. Esta gran
proporción de riqueza de origen destructivo crecerá sin duda alguna el día en
que los impuestos mineros se hagan más justos y remunerativos, hasta acercarse
al sueño suicida de algunos ingenuos que ven como el ideal de la hacienda
venezolana llegar a pagar la totalidad del Presupuesto con la sola renta de
minas, lo que habría de traducir más simplemente así: llegar a hacer de
Venezuela un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo,
nadando en una abundancia momentánea y corruptora y abocado a una catástrofe
inminente e inevitable.
Pero no sólo llega a esta
grave proporción el carácter destructivo de nuestra economía, sino que va aún
más lejos alcanzando magnitud trágica. La riqueza del suelo entre nosotros no
sólo no aumenta, sino tiende a desaparecer. Nuestra producción agrícola decae
en cantidad y calidad de modo alarmante. Nuestros escasos frutos de exportación
se han visto arrebatar el sitio en los mercados internacionales por
competidores más activos y hábiles. Nuestra ganadería degenera y empobrece con
las epizootias, la garrapata y la falta de cruce adecuado. Se esterilizan las
tierras sin abonos, se cultiva con los métodos más anticuados, se destruyen
bosques enormes sin replantarlos para ser convertidos en leña y carbón vegetal.
De un libro recién publicado tomamos este dato ejemplar: «En la región del
Cuyuní trabajaban más o menos tres mil hombres que tumbaban por término medio
nueve mil árboles por día, que totalizaban en el mes 270 mil, y en los siete
meses, inclusive los Nortes, un millón ochocientos noventa mil árboles.
Multiplicando esta última suma por el número de años que se trabajó el balatá,
se obtendrá una cantidad exorbitante de árboles derribados y se formará una
idea de lo lejos que está el purguo». Estas frases son el brutal epitafio del
balatá, que, bajo otros procedimientos, hubiera podido ser una de las mayores
riquezas venezolanas.
La lección de este cuadro
amenazador es simple: urge crear sólidamente en Venezuela una economía
reproductiva y progresiva. Urge aprovechar la riqueza transitoria de la actual
economía destructiva para crear las bases sanas y amplias y coordinadas de esa
futura economía progresiva que será nuestra verdadera acta de independencia. Es
menester sacar la mayor renta de las minas para invertirla totalmente en
ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias
nacionales. Que en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de
convertirnos en un pueblo parásito e inútil, sea la afortunada coyuntura que
permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del
pueblo venezolano en condiciones excepcionales.
La parte que en nuestros
presupuestos actuales se dedica a este verdadero fomento y creación de riquezas
es todavía pequeña y acaso no pase de la séptima parte del monto total de los
gastos. Es necesario que estos egresos destinados a crear y garantizar el
desarrollo inicial de una economía progresiva alcance por lo menos hasta
concurrencia de la renta minera.
La única política económica
sabia y salvadora que debemos practicar, es la de transformar la renta minera
en crédito agrícola, estimular la agricultura científica y moderna, importar
sementales y pastos, repoblar los bosques, construir todas las represas y
canalizaciones necesarias para regularizar la irrigación y el defectuoso
régimen de las aguas, mecanizar e industrializar el campo, crear cooperativas
para ciertos cultivos y pequeños propietarios para otros.
Esa sería la verdadera acción
de construcción nacional, el verdadero aprovechamiento de la riqueza patria y
tal debe ser el empeño de todos los venezolanos conscientes.
Si hubiéramos de proponer una
divisa para nuestra política económica lanzaríamos la siguiente, que nos parece
resumir dramáticamente esa necesidad de invertir la riqueza producida por el
sistema destructivo de la mina, en crear riqueza agrícola, reproductiva y
progresiva: sembrar el petróleo.
14 de julio de 1936
Arturo Uslar Pietri
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