Ian Angus
Mientrastanto.org
Encuentros como este desempeñan un
papel vital en la construcción de un movimiento capaz de detener el tren rumbo
al infierno del capitalismo, antes de que conduzca a toda la humanidad al
precipicio. Construir dicho movimiento es la tarea más importante a la que
podemos dedicarnos hoy en día. Por ello, es un gran honor para mí haber sido
invitado para participar en vuestros debates.
* * *
Hace ciento cincuenta años, Karl Marx
predijo que, a menos que el capitalismo fuese eliminado, las grandes fuerzas
productivas que este había desencadenado acabarían por convertirse en fuerzas
destructivas. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido. Cada día existen más
evidencias de que el capitalismo, que en su día fue la base de una oleada sin
precedentes de creatividad y liberación, se ha transformado en una fuerza de
decadencia, destrucción y muerte que amenaza directamente la existencia de la
raza humana, por no mencionar la de millones de especies animales y vegetales
con las que compartimos el planeta.
Mucha gente ha planteado ajustes
tecnológicos o reformas políticas para abordar los diversos aspectos de la
crisis ambiental global, y muchas de dichas medidas merecen sin duda una seria
consideración. Algunas de ellas pueden ofrecernos algo más de tiempo; algunas
pueden retrasar el día del juicio ecológico final. Contrariamente a lo que
algunos de nuestros críticos sostienen, ningún socialista serio se opone a las
reformas o a las medidas parciales: apoyamos activamente todo tipo de medida
que reduzca, limite o retrase los efectos devastadores del capitalismo. Y
trabajaremos con toda persona, socialista o no, que desee seriamente luchar en
favor de tales medidas. Es más: ¡tratad de detenernos si podéis! Pero como
socialistas, sabemos que no puede haber solución duradera a la crisis ambiental
múltiple del mundo mientras el capitalismo siga siendo el sistema económico y
social dominante en este planeta. No afirmamos estar en posesión de todas las
respuestas, pero sí contamos, por contra, con una gran respuesta: la única vía
para un cambio permanente y de largo alcance en la forma en que la humanidad se
relaciona con el resto de la naturaleza es una revolución ecosocialista.
Si no llevamos a cabo esa
transformación, tal vez podamos retrasar el desastre, pero no por ello el
desastre dejará de ser inevitable. Tal y como siempre ha anunciado la cabecera
de Climate and Capitalism: “Ecosocialismo o barbarie: no hay una
tercera vía”. Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ecosocialismo? Y
¿qué queremos decir con revolución ecosocialista?
¿Qué es el ecosocialismo?
No hay ningún copyright sobre
la palabra ecosocialismo, y aquellos que se consideran ecosocialistas no están
de acuerdo en todo. Así, pues, lo que voy a decir refleja mi propio punto de
vista.
El ecosocialismo empieza con una
crítica de sus dos progenitores, la ecología y el marxismo. La ecología, en el
mejor de los casos, nos proporciona herramientas poderosas para entender cómo
funciona la naturaleza: no como actividades o acontecimientos aislados, sino
como ecosistemas integrados e interrelacionados. La ecología puede ofrecer, y
ofrece, elementos de conocimiento esenciales sobre las formas en que la
actividad humana está socavando los sistemas que hacen posible toda forma de
vida. Pero mientras la ecología ha sabido describir correctamente el daño
causado por los humanos, su falta de análisis social ha conllevado que pocos
ecologistas hayan concebido un programa creíble para detener esa destrucción.
A diferencia de lo que ocurre con
otros animales, la relación entre los seres humanos y nuestro entorno no puede
ser explicada sólo mediante números o a través de nuestra biología. Sin
embargo, ahí es donde la ecología se detiene. De hecho, cuando los ecologistas
encaran las cuestiones sociales, casi siempre obtienen las respuestas
equivocadas, porque asumen que los problemas en la relación entre la humanidad
y la naturaleza vienen causados por ciertos números o por la naturaleza humana,
o que son simplemente el resultado de la ignorancia y de algunos malentendidos.
Si todos conociéramos la verdad, el mundo cambiaría. Lo que debemos hacer son
pequeños ajustes sobre las tasas y los mercados, o quizás difundir más
ampliamente el control de natalidad, y todo irá bien.
La falta de una crítica coherente del
capitalismo ha hecho que la mayoría de los partidos verdes del mundo sean
inefectivos, o, peor aún, ha permitido que se convirtieran en socios menores de
gobiernos neoliberales, ofreciendo un camuflaje verde a políticas
reaccionarias. De la misma forma, la mayoría de las principales ONG verdes hace
tiempo que abandonaron la tarea de construir verdaderamente un movimiento
ecologista y prefirieron buscar donaciones provenientes de los contaminadores
corporativos. Al no entender el capitalismo, creen que pueden resolver los
problemas siendo amables con los capitalistas.
En contraste, la mayor fuerza del
marxismo es su crítica integral del capitalismo: un análisis que explica por
qué este específico orden social ha sido a la vez tan exitoso y tan
destructivo. El marxismo también ha mostrado que otro tipo de sociedad es a la
vez posible y necesario: una sociedad en la que la destructiva producción
capitalista sea reemplazada por la producción cooperativa, y en la que la propiedad
capitalista sea sustituida por bienes públicos globales.
Lo que a día de hoy llamamos ecología
fue fundamental para el pensamiento de Marx y, tal y como ha mostrado John
Bellamy Foster, en el siglo XX los científicos marxistas realizaron contribuciones
de gran alcance al pensamiento ecológico. Pero en general, los movimientos
marxistas del siglo XX ignoraron completamente las cuestiones medioambientales
o pospusieron despreocupadamente toda consideración sobre el tema hasta el
triunfo de la revolución, momento en el que el socialismo resolvería el asunto
por arte de magia. Más aún: algunas de las peores pesadillas ecológicas del
siglo XX ocurrieron en países que se llamaban a sí mismos socialistas: basta
con mencionar el horror nuclear de Chernobyl, o el envenenamiento y drenaje del
mar de Aral, para dejar claro que simplemente con eliminar el capitalismo no
vamos a salvar el mundo.
Existe una respuesta fácil a eso: se
podría decir que esos países no eran socialistas. Eran capitalistas de Estado,
u otra cosa, de modo que la crítica a sus crímenes ambientales resulta
irrelevante. Pero los críticos verdes dirán, y con razón, que eso es una
excusa. La gente, en la URSS y en el resto de países del bloque soviético,
creyó que estaba construyendo el socialismo. Y para la mayoría de las personas
del resto del mundo ése era el aspecto que tenía el socialismo. Así pues,
independientemente de si consideramos a esas sociedades socialistas o les
ponemos otra etiqueta, necesitamos responder la cuestión subyacente: ¿qué nos
hace pensar que las próximas tentativas de construir sociedades socialistas lo
harán mejor de lo que lo hicieron en el pasado? Nuestra respuesta consta de dos
partes.
La primera es que eliminar el lucro y
la acumulación como fuerzas motrices de la economía eliminaría la tendencia
innata del capitalismo a contaminar y destruir. Si bien es cierto que las
políticas erróneas y la ignorancia han causado algunos problemas ecológicos muy
serios, la crisis global a la que nos enfrentamos hoy no es el resultado de
políticas erróneas y de la ignorancia: es el resultado inevitable de la forma
en que funciona el capitalismo. Bajo el capitalismo, un mundo ecológicamente
equilibrado es imposible. El socialismo no hace que la consecución de ese mundo
sea inevitable, pero sí la hace posible.
La segunda parte de la respuesta es
que la historia no está hecha de fuerzas impersonales. La transición al
socialismo será la obra de personas reales, y las personas pueden aprender de
la experiencia. Esto queda demostrado en la práctica por Cuba, que en los la
construcción de una economía ecológicamente responsable y que ha sido, de forma
reiterada, uno de los pocos países que ha cumplido los criterios de WWF para
una sociedad globalmente sostenible.
La lección que debemos aprender de
ese logro, así como de los errores medioambientales del socialismo en el siglo
XX, es que la ecología debe desempeñar un papel central en la teoría
socialista, en el programa socialista y en la actividad del movimiento
socialista. El ecosocialismo trabaja para unir lo mejor de lo rojo y de lo
verde y, al mismo tiempo, trata de superar las debilidades de ambos. Intenta
combinar el análisis marxista de la sociedad humana con el análisis de la
ecología sobre nuestra relación con el resto de la naturaleza y se propone
construir una sociedad que tendrá dos características fundamentales e
indivisibles:
• Será socialista, comprometida con
la democracia, con el igualitarismo radical y con la justicia social. Estará
basada en la propiedad colectiva de los medios de producción, y trabajará
activamente para eliminarla explotación, el lucro y la acumulación como fuerzas
motrices de nuestra economía.
• Y estará basada en los mejores
principios ecológicos, otorgando la más alta prioridad a detener las prácticas
dañinas para el medio ambiente, a restaurar los ecosistemas ya dañados y a
reconstruir la agricultura y la industria sobre sólidos principios ecológicos.
Una frase de John Bellamy Foster,
en The Ecological Rift, explica de forma precisa y concisa la razón
de ser del ecosocialismo: “No puede haber una auténtica revolución ecológica
que no sea socialista; no hay auténtica revolución socialista que no sea
ecológica”.
¿Qué es una revolución ecosocialista?
Cuando decimos revolución, estamos
hablando de un cambio profundo en la manera en que los humanos se relacionan
con la tierra, en la forma en que producimos y reproducimos, en prácticamente
todo lo que los humanos hacemos y en cómo lo hacemos. Lo que pretendemos no es
sólo una reorganización del capitalismo, ni solamente cambios en la propiedad,
sino lo que Fred Magdoff, en un artículo publicado en un número reciente
del Monthly Review, llama “una civilización verdaderamente
ecológica, en armonía con los sistemas naturales”. Magdoff enumera ocho características
que dicha civilización debería reunir. Debería:
1. dejar de crecer una vez que las
necesidades humanas básicas estén satisfechas;
2. no empujar a la gente a consumir
más y más;
3. proteger los sistemas de apoyo a
la vida natural y respetar los límites de los recursos naturales, teniendo en
cuenta las necesidades de las generaciones futuras;
4. tomar decisiones basadas en
necesidades sociales/ecológicas a largo plazo, sin ignorar las necesidades a
corto plazo de las personas;
5. operar en la medida de lo posible
con fuentes actuales (incluido el pasado reciente) de energía, en lugar de con
combustibles fósiles;
6. potenciar las características
humanas y una cultura de la cooperación y la reciprocidad, compartiendo y
responsabilizándose con los vecinos y la comunidad;
7. hacer posible el pleno desarrollo
del potencial humano;
8. promover una toma de decisiones
políticas y económicas auténticamente democrática para abordar las necesidades
locales, regionales e interregionales.
Como dice Fred Magdoff, una sociedad
con esas características sería “esencialmente lo contrario al capitalismo en
todos los aspectos”.
Ni fácil ni rápido
Lograr ese cambio resulta
absolutamente esencial. Pero no deberíamos engañarnos creyendo que ocurrirá
fácil o rápidamente. He observado que la mayoría de ecologistas y socialistas
subestiman seriamente la magnitud de la tarea que nos proponemos acometer, lo
grande que tendrá que ser el cambio, lo difícil que será y cuánto tiempo será
necesario para llevarla a cabo.
Hace cuarenta años, en 1971, Barry
Commoner, uno de los primeros socialistas modernos que escribió sobre la crisis
medioambiental, estimó que para invertir la destrucción ambiental que en aquel
entonces podía observar en los Estados Unidos y para reconstruir la industria y
la agricultura sobre una base ecológicamente responsable, “la mayor parte de
los recursos de la nación destinados a inversión de capital deberían ser
empleados en la tarea de la reconstrucción ecológica durante, al menos, una
generación”. La velocidad y la magnitud de la destrucción ambiental se han
acelerado rápidamente a lo largo de las cuatro décadas transcurridas desde que
Commoner escribiera esas palabras. El tiempo requerido y el coste de la
reparación y la reconstrucción se han visto sustancialmente incrementados. Las
Naciones Unidas, por ejemplo, han estimado recientemente que costará treinta
años limpiar el daño devastador causado por Shell Oil en el hogar de los ogoni
en el delta del Níger. Y eso para un área de sólo 386 millas cuadradas, es
decir, aproximadamente una novena parte del tamaño de Sidney. El delta del
Níger es un ejemplo particularmente horrible del papel ecocida del capitalismo,
por supuesto, pero hay otros muchos ejemplos en el mundo, suficientes como para
acabar con cualquier esperanza de un giro fácil.
Eso significa que el título de mi
charla es un poco engañoso. No puedo deciros cómo llevar a cabo una revolución
ecosocialista, porque los cambios necesarios llevarán décadas, en
circunstancias que no podemos predecir. No sólo eso, sino que sin duda la
transformación requerirá nuevos conocimientos y nueva ciencia. Parafraseando a
Marx, no hay libro de recetas para los chefs de la revolución ecológica.
Llegando al punto de arranque
Sin embargo, podemos y debemos
debatir cómo llegar al punto de arranque de la revolución. Uno de los pioneros
del socialismo revolucionario y del ecologismo fue el gran poeta y artista
británico William Morris. En 1893, describió ese punto de partida de la
siguiente manera: “La primera victoria real de la Revolución Social será el
establecimiento no de un sistema completo de comunismo en un solo día, lo cual
es absurdo, sino de una administración revolucionaria cuyo objetivo definido y
consciente será el de preparar, por todas las vías posibles, a la vida humana
para dicho sistema…”. Sería posible combinar la afirmación de William Morris
con la terminología de Fred Magdoff para resumir el objetivo principal del
movimiento ecosocialista en la actualidad: “Una administración revolucionaria
cuyo objetivo definido y consciente será el de preparar, por todas las vías
posibles, a la vida humana para una civilización ecológica”.
En nuestro nuevo libro, Too
Many People?, Simon Butler y yo expresamos esa idea de la siguiente manera:
“En cada país, necesitamos gobiernos que rompan con el orden existente, que
sean responsables sólo ante la gente trabajadora, los agricultores, los pobres,
las comunidades indígenas y los inmigrantes; en pocas palabras: ante las
víctimas del capitalismo ecocida, no ante sus beneficiarios y representantes.”
Y sugerimos algunas de las primeras medidas que dichos gobiernos podrían tomar,
a saber:
• retirar rápidamente los
combustibles fósiles y los biocombustibles, reemplazándolos por fuentes de
energía limpia;
• apoyar activamente a los
agricultores en su conversión a la agricultura ecológica; defenderla producción
y distribución local de alimentos;
• introducir redes públicas de
transporte gratuitas y eficientes;
• reestructurarlos sistemas
existentes de extracción, producción y distribución para eliminar residuos, la
obsolescencia programada, la contaminación y la publicidad manipuladora, y
proporcionar formación completa para el reciclaje profesional a los trabajadores
y comunidades afectados;
• modernizar los edificios y
hogares existentes con vistas a la eficiencia energética;
• poner fin a todas las
operaciones militares; transformar las fuerzas armadas en equipos voluntarios
encargados de la restauración de ecosistemas y de asistir a las víctimas de
desastres medioambientales.
Nuestras propuestas no pretenden ser
únicas, y estoy seguro de que a muchos de los asistentes se les ocurren muchos
otros cambios esenciales. Para encontrar otras ideas interesantes sobre lo que
ese tipo de gobiernos debería hacer, os animo también a echar una ojeada a la
“agenda a corto plazo para activistas medioambientales” incluida en el capítulo
final de What Every Environmentalist Needs to Know About Capitalism,
de John Bellamy Foster y Fred Magdoff, así como al programa recogido en la
Carta del Clima de la Alianza Socialista en Australia.
Me gustaría hacer hincapié en el
hecho de que no deberíamos esperar a un gobierno ecosocialista para llevar a
cabo dichos cambios. Todo lo contrario: deberíamos estar luchando por la
consecución de cada una de esas medidas hoy, como elementos centrales de
nuestra lucha por un mundo mejor. Esos son primeros pasos que pueden darse:
sólo el comienzo. Construir una civilización completamente ecológica exigirá
mucho más. Cuanto más tardemos en construir un movimiento que pueda iniciar el
proceso, más difícil será la revolución ecosocialista.
Participación de la mayoría
He puesto de relieve la complejidad y
la dimensión de la tarea a la que nos enfrentamos no para desanimaros, sino
para subrayar otro punto esencial: los cambios sociales radicales no ocurren
sólo porque son “lo correcto”. Las buenas ideas no son suficientes. La
autoridad moral no es suficiente. Una revolución ecosocialista no puede ser
hecha por una minoría ni impuesta por políticos y burócratas, al margen de cuán
buenas sean sus intenciones. La revolución requiere la participación activa de
la gran mayoría de la gente. Según las famosas palabras de Marx: “La
emancipación de la clase trabajadora debe ser obra de los propios
trabajadores”. Ello no es así porque la democracia sea moralmente superior,
sino porque los cambios necesarios no pueden ser llevados a cabo, y no serán
duraderos, si no son apoyados, creados y puestos en práctica activamente por el
mayor número posible de personas. Sólo el apoyo y el compromiso de la mayoría
pueden acabar venciendo a los oponentes del cambio.
La única forma de vencer a las
fuerzas actualmente dominantes, las fuerzas de la destrucción global, es
organizar una fuerza contraria que pueda detenerlas y desalojarlas del poder.
Esa es otra verdad fundamental sobre las revoluciones: no existe nada parecido
a una revolución donde todos ganan y nadie pierde. En una revolución real, la
gente que tenía poder y privilegios en la vieja sociedad pierde su poder y sus
privilegios en la nueva. Algunas de esas personas pueden llegar a sumarse a la
ola revolucionaria, y si es así les daremos la bienvenida a nuestra causa. Pero
la mayor parte de ellos probablemente no apoyarán a la mayoría.
Hoy en día, como en todas las
sociedades humanas desde hace miles de años, existen poderosos grupos sociales
que se benefician de la situación existente y que se resistirán al cambio sin
importar cuán obvia resulte la necesidad de cambio. Basta con echar un vistazo
al actual Congreso de los Estados Unidos o al Parlamento australiano para ver a
gente poderosa que se resistirá al cambio incluso aunque ello signifique
destruir el mundo. Los negacionistas del cambio climático no son excéntricos
aislados. Son políticos bien financiados, respaldados por algunas de las
corporaciones más poderosas del mundo y preparados para arruinar el mundo con
tal de proteger su poder.
Ya sabéis que, cada vez que hablamos
de revolución, los poderes establecidos nos acusan de estar tramando actos
violentos. En realidad, la mayoría de los ecosocialistas que conozco son
no-violentos en sus vidas personales. Admito que a muchos canadienses nos gusta
el hockey, y estoy seguro de que hay unos cuantos fanáticos del fútbol hoy
aquí, pero eso no se traslada a nuestras perspectivas políticas. No queremos
violencia, y estaremos encantados si la transición al ecosocialismo es
enteramente pacífica. Desgraciadamente, y a diferencia de lo que ocurre en el
deporte profesional, lo que ocurre en una revolución no depende completamente
de nosotros. Como hemos podido observar en muchos países, la elección
democrática de gobiernos populares por amplias mayorías nunca ha impedido que
los defensores del viejo orden traten de recuperar el poder por medios
violentos. Y como la gente de Venezuela y de Bolivia ha demostrado, la mejor
forma de minimizar y contrarrestar la violencia de los reaccionarios es movilizar
al mayor número posible de personas para defender el proceso revolucionario.
Una historia de dos ciudades
¿Qué fuerzas determinarán el
resultado de la crisis medioambiental global en el siglo XXI? Hace dos años
tuvimos un notable adelanto de las alineaciones de clase existentes. En
diciembre de 2009, los países ricos del mundo enviaron delegaciones a
Copenhague con instrucciones no de salvar el medio ambiente, sino de bloquear
cualquier acción que pudiera debilitar sus economías capitalistas o dañar sus
competitivas posiciones en los mercados mundiales. Y lo consiguieron. El
acuerdo impuesto por la puerta de atrás fue, como escribió Fidel Castro,
“simplemente una broma”. El acuerdo de seguimiento que negociaron en Cancún no
fue mejor. Las cumbres de Copenhague y Cancún dejaron claro que nuestros
dirigentes no quieren resolver la crisis ecológica y climática. Y punto. Sitúan
sus estrechos intereses económicos y electorales por delante de la
supervivencia de la humanidad. Y no cambiarán de postura voluntariamente.
Cinco meses después de la cumbre de
Copenhague, una reunión muy diferente tuvo lugar en Cochabamba, Bolivia. Por
invitación del presidente boliviano Evo Morales, unos 35.000 activistas, muchos
de ellos indígenas, llegaron desde más de 130 países para hacer lo que Obama y
sus aliados se negaron a hacer en Copenhague: desarrollar un programa de acción
para salvar el medio ambiente. Redactaron el borrador de un Acuerdo de los
Pueblos que atribuye la responsabilidad de la crisis climática al sistema
capitalista y a los países ricos que “tienen una huella de carbono cinco veces
mayor de lo que el planeta puede soportar”. La Conferencia Mundial de los
Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra adoptó 18
declaraciones centrales, que abordan cuestiones como los refugiados climáticos,
los derechos de los pueblos indígenas o la transferencia de tecnologías, entre
otros muchos. Resulta imposible imaginar que un programa semejante pudiera
emanar de una de las reuniones que celebran los países ricos o de cualquiera de
las conferencias de las Naciones Unidas.
Esas dos reuniones, la de Copenhague
y la de Cochabamba, simbolizan la gran línea divisoria en la lucha por el
futuro de la tierra y de la humanidad. Por un lado, un encuentro dominado por
los ricos y poderosos, decididos a salvar su riqueza y sus privilegios, incluso
si el mundo se consume. Por otro, pueblos indígenas, pequeños agricultores y
campesinos, activistas progresistas y trabajadores de todo tipo, decididos a
salvar el mundo frente a los ricos y los poderosos.
La conferencia de Cochabamba fue un
gran paso adelante hacia un movimiento global que sea efectivamente capaz de
cambiar el mundo. Mostró, de forma preliminar, la alianza de fuerzas que debe
forjarse en cada país, así como a nivel internacional, para poner fin al
sistema capitalista medioambientalmente destructivo. Necesitamos a estudiantes
y a académicos y a feministas y a científicos; pero no seremos capaces de
cambiar el mundo a menos que logremos una participación activa de la gente
trabajadora, de los agricultores, de las comunidades indígenas y de todas las
personas oprimidas. Estas son las fuerzas con las que la izquierda verde debe
aliarse. Estas son las fuerzas a las que debemos ganar para la causa de la
revolución ecosocialista.
¿Qué hacer ahora?
Llegados a este punto, deberíais
estar preguntándoos: “¿Cómo podemos hacerlo? ¿Cómo logramos el apoyo de las
masas para el programa y los objetivos que sabemos que son esenciales?”. Esa es
exactamente la pregunta adecuada que hay que hacerse. Porque si no podemos
traducir nuestras ideas y nuestro programa en acciones, entonces nuestras ideas
serán irrelevantes, y nosotros también. Citando otro comentario famoso de Marx,
nuestra tarea no es sólo explicar el mundo, sino cambiarlo. Como marxistas,
usamos nuestro análisis del mundo como base para determinar qué hacer. Primero
preguntamos: “¿qué está ocurriendo?”; y a continuación: “¿qué debemos hacer?”.
Cuando formulamos esas preguntas hoy
en día, todos somos muy conscientes de que, a pesar de que la necesidad de la
revolución es algo que se nos presenta de una forma muy clara, somos una
minoría, no sólo en el marco de la sociedad en general, sino incluso dentro de
la izquierda y del movimiento ecologista. Como escribió el estudioso marxista
Fredric Jameson, vivimos en un tiempo en el que, para la mayoría de personas,
“es más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo”.
La mayoría de los activistas verdes no ven el capitalismo como su principal
problema; o, si lo hacen, no creen que una revolución ecosocialista sea posible
o deseable. Así pues, la tarea principal a la que nos enfrentamos no es
proclamar la revolución desde cada esquina de las calles, sino más bien
encontrar formas de trabajar con el número más amplio y variado posible de
personas en el actual estado de la cuestión. La marxista latinoamericana Marta
Harnecker ha expresado esta idea de la siguiente manera: “Ser radical no
consiste en promover los eslóganes más radicales, o en llevar a cabo las
acciones más radicales… Ser radical consiste más bien en crear espacios en los
que amplios sectores puedan unirse y luchar. Porque nosotros, como seres
humanos, crecemos y nos transformamos en la lucha. Entender que somos muchos y
que estamos luchando por los mismos objetivos es lo que nos hace más fuertes y
nos radicaliza”.
A través de las luchas por el cambio
podemos sumar a nuestra causa a personas a las que, a día de hoy, les resulta
más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. No podemos
generar de forma artificial un apoyo mayoritario, pero, afortunadamente,
podemos contar con el capitalismo y el imperialismo para que nos ayuden. Hace
ya tiempo, Marx y Engels afirmaron que lo que la burguesía produce es, antes que
nada, sus propios sepultureros. En 2011, vimos cómo los futuros sepultureros
del capitalismo entraron en conflicto directo con gobiernos autoritarios, con
el imperialismo y con los programas capitalistas de austeridad en países tan
diversos como Chile, España, Grecia, Túnez, Egipto, Gran Bretaña o incluso los
Estados Unidos. No podemos predecir en qué lugar van a producirse las luchas de
masas, o qué formas van a adoptar. Es algo que no está bajo nuestro control.
Los mejores eslóganes del mundo no son suficientes. Pero el capitalismo sí hará
que sucedan. La verdadera pregunta sobre la próxima radicalización es: ¿se
apagará y se extinguirá, o será capaz de avanzar y, en última instancia, de
desafiar al propio capitalismo?
El movimiento que necesitamos
No existen garantías absolutas. El
marxismo no es determinista. La revolución ecosocialista no es inevitable. Sólo
ocurrirá si la gente decide de manera consciente que es necesaria y emprende el
camino apropiado para llevarla a cabo. En 1848, Marx y Engels plantearon una
alternativa: la lucha de clases conduciría o a una “reconstitución
revolucionaria de la sociedad en su conjunto”… o a la “ruina común de las
clases en liza”. En este siglo de crisis medioambiental, la ruina compartida
por todos, la destrucción de la civilización, es una posibilidad muy real.
Un factor —en mi opinión, el factor
concreto más importante— que determinaría ese resultado sería el papel que van
a desempeñar las personas que se encuentran en esta sala y otras personas como
vosotros en todo el mundo. Revueltas espontáneas como las que hemos visto en
Europa y en el norte de África a lo largo de 2011 son inevitables, pero no son,
por sí mismas, suficientes para dar vida a “una administración revolucionaria
cuyo objetivo definido y consciente será el de preparar, por todas las vías
posibles, a la vida humana para una civilización ecológica”. Eso no se logrará
a menos que consigamos crear, previamente, un movimiento organizado con una
visión clara y un programa ecosocialista que sea capaz de tender puentes entre
la rabia de millones de personas y el comienzo de la revolución ecosocialista.
Encuentros como este pueden ser parte del proceso de construcción de ese
movimiento.
No cuento con una hoja de ruta sobre
cómo construir el movimiento que necesitamos. En realidad, una de las lecciones
que podemos aprender de los errores del socialismo del siglo XX es que los
planes de talla única, dictados de forma centralizada, para la construcción de
movimientos siempre fracasan. Más que una hoja de ruta, permitidme que sugiera
cuatro características que los movimientos comprometidos con el ecosocialismo
deben compartir para tener probabilidades de éxito.
1. Los ecosocialistas
desarrollarán y aplicarán el análisis y el programa del ecosocialismo. Esto
puede parecer obvio, pero es muy importante. A lo largo del último siglo,
muchos marxistas trataron de congelar el marxismo. Tras la muerte de Marx, o de
Engels, o de Lenin, o de Trotsky, o de Mao —cada grupo tuvo su propio punto
final—, su marxismo dejó de desarrollarse. A partir de ese momento, sin
importar cuál fuera la situación, todo lo que tenían que hacer era consultar
los textos sagrados. Todas las respuestas estaban allí. Algunas organizaciones
de la izquierda siguen haciendo eso hoy en día. Ese abordaje es completamente
ajeno al marxismo, que nos proporciona un método, pero no todas las respuestas.
Ni siquiera nos ofrece todas las preguntas. A lo largo de sus vidas, Marx y
Engels estudiaron los descubrimientos científicos, tecnológicos y de todo tipo
y aprendieron de las luchas de su tiempo. Utilizaron ese nuevo conocimiento
para expandir, profundizar o cambiar sus conclusiones políticas. El
ecosocialismo debe seguir su ejemplo. No hay, y no habrá, un programa
ecosocialista perfecto e inmutable, ni tampoco un documento al que podemos
señalar y del que podamos decir: “Ahí está, no hacen falta más cambios, ya
sabemos qué hacer en todas las circunstancias posibles”.
Una tarea clave para los
ecosocialistas en cualquier lugar del mundo es tomar los puntos de partida que
el ecosocialismo ofrece hoy en día y empezar a construir a partir de ellos,
usando tanto el método del marxismo como los mejores trabajos científicos de
nuestro tiempo y las lecciones aprendidas en las luchas por el cambio. A partir
de ahí, debemos aplicar nuestra nueva comprensión a un amplio abanico de
lugares y circunstancias. Esta tarea es difícil porque nos exige pensar,
comprender nuestras situaciones y dar una respuesta apropiada y creativa, y no
limitarnos a repetir una y otra vez los mismos eslóganes caducos. Sólo de esa
manera el ecosocialismo será capaz de contribuir de forma efectiva a salvar el
planeta
2. Los ecosocialistas serán
pluralistas y abiertos. Otra lección que podemos aprender del siglo XX es
que los grupúsculos socialistas monolíticos no se convierten en movimientos de
masas. Se estancan y decaen, se pelean y se desintegran, pero no cambian el
mundo. Así que quiero dejar claro que no os estoy empujando a salir corriendo
de esta sala y crear otra nueva secta. El ecosocialismo no es una organización
separada, sino un movimiento para conseguir sumar a los individuos y grupos
rojos y verdes existentes a la perspectiva ecosocialista. Nuestros programas
ecosocialistas definen quiénes somos, son el pegamento que nos mantiene unidos.
Pero en el seno de ese amplio marco debemos entender que ninguno de nosotros
tiene el monopolio de la verdad y que ninguno cuenta con la llave mágica que
abrirá la puerta del reino ecosocialista. Sin duda tendremos desacuerdos sobre
muchas cuestiones y nuestros debates serán vigorosos. Pero si estáis de acuerdo
en que no puede haber una auténtica revolución ecológica que no sea socialista
ni una auténtica revolución socialista que no sea ecológica, entonces lo que
nos une es más importante que nuestras diferencias. Necesitamos construir un
movimiento ecosocialista democrático entre todos.
3. Los ecosocialistas serán
internacionalistas y antiimperialistas. En el seno del extenso movimiento
ecologista, los ecosocialistas deben ser la voz más fuerte en favor de una
justicia climática global. Todos los ecologistas serios deben ser
internacionalistas, aunque sólo sea porque los ecosistemas no respetan las
fronteras nacionales. Es más: no existen soluciones nacionales para el cambio
climático. La lucha debe hacerse país a país, pero únicamente el cambio
internacional podrá salir vencedor. La comunicación internacional y la
solidaridad son absolutamente esenciales. Pero para aquellos de nosotros que
vivimos en los países ricos, en los países imperialistas, nuestro
internacionalismo tiene que ir mucho más allá.
Se ha dicho muchas veces que las
personas del Sur global y las comunidades indígenas de todos los rincones del
mundo son las víctimas primarias del cambio climático y de otras formas de
destrucción medioambiental. Lo que no se dice tan a menudo, pero resulta
incluso más importante, es que los principales criminales medioambientales son
“nuestros” capitalistas en el Norte. Ello conlleva una especial responsabilidad
de los ecosocialistas de los países ricos de combatir las políticas de nuestros
gobiernos y de las empresas radicadas en nuestros países. Hoy en día, los
combates más importantes por la justicia ecológica están teniendo lugar en el
llamado Tercer Mundo. Lo mínimo que nosotros, en los países imperialistas,
podemos hacer es dar publicidad a esos movimientos y mostrar el rol que
desempeñan en ellos nuestros capitalistas locales. Y además:
• Debemos mostrar nuestra solidaridad
de la manera más concreta que podamos.
• Debemos dar especial énfasis y
apoyo a las demandas planteadas por el Acuerdo de los Pueblos de Cochabamba.
• Debemos exigir a nuestros gobiernos
apoyo financiero para la adaptación al cambio climático, incluyendo el
desarrollo de una agricultura ecológicamente responsable.
• Debemos exigir transferencias
directas de tecnologías relacionadas con las energías renovables y con otros
sectores relevantes, de manera que los países más pobres puedan alcanzar el
desarrollo económico sin contribuir al calentamiento global. (Quiero subrayar
que, a menos que logremos eso, y hasta que ocurra, nadie en el Norte tiene
derecho a criticar las opciones energéticas y de desarrollo adoptadas por los
gobiernos y los movimientos progresistas del Tercer Mundo).
• Debemos oponernos a las
llamadas soluciones de mercado y a la mercantilización de la naturaleza. Eso
incluye el rechazo al comercio de derechos de emisión en todas sus formas.
• Debemos dar la bienvenida en
nuestros países a los refugiados climáticos, ofreciéndoles oportunidades de
vida decente y plenos derechos humanos.
4. Los ecosocialistas
construirán movimientos por un mundo mejor y participarán activamente en ellos.
Finalmente, y por encima de todo, los ecosocialistas serán activistas. Debemos
frenar el impulso ecocida del capitalismo todo lo posible y revertirlo cuando
se pueda, de modo que obtengamos todas las victorias posibles frente a las
fuerzas de la destrucción. Como ya he dicho, nuestros dirigentes no cambiarán
voluntariamente, pero la oposición de las masas puede obligarles a actuar,
incluso en contra de su voluntad.
Muchas son las cuestiones
medioambientales a las que se enfrenta hoy el mundo, y estoy seguro de que los
ecosocialistas estarán activos en una amplia variedad de campañas. Pero el
alcance y la potencial destructividad de la emergencia climática hacen de ésta
la cuestión más importante, y debemos concederle la máxima prioridad. Nuestro
objetivo debe ser el de unir a todos —socialistas, liberales, verdes,
sindicalistas, feministas, activistas indígenas...—, a todos los que estén
dispuestos a exigir a los gobiernos que actúen de forma decidida para reducir
las emisiones de gases de efecto invernadero. Y, al mismo tiempo, necesitamos
unir a las fuerzas que entienden la necesidad de ir más allá de las batallas
defensivas, y sentar las bases de un movimiento que pueda, de hecho, iniciar la
revolución ecosocialista. Afortunadamente, esas dos tareas no están en
conflicto. Luchar para obtener triunfos inmediatos frente a la destrucción
capitalista y luchar por el futuro ecosocialista no son actividades separadas,
sino aspectos de un único proceso integral. A través de combates unitarios para
obtener triunfos inmediatos y reformas medioambientales, los trabajadores y los
agricultores y los pueblos indígenas pueden crear las organizaciones y el
conocimiento colectivo que necesitan para defenderse y promover sus intereses.
Las victorias obtenidas por ellos en
combates parciales contribuirán a construir la confianza necesaria para
plantearse objetivos más amplios. Y únicamente a través de la construcción de
esas luchas y de la participación en ellas el movimiento ecosocialista podrá
crecer, ser escuchado por un número cada vez mayor de personas, y lograr
finalmente que una revolución ecosocialista sea posible.
El reto al que nos enfrentamos
El Acuerdo de los Pueblos adoptado en
Cochabamba expresa de forma elocuente el reto que tenemos ante nosotros:
1. “La
humanidad se enfrenta a un gran dilema: continuar por la vía del capitalismo,
de la depredación y de la muerte, o elegir el camino de la armonía con la
naturaleza y del respeto por la vida”;
2. “Resulta
imperativo que forjemos un nuevo sistema que restaure la armonía con la
naturaleza y entre los seres humanos”;
3. “Y
para que exista un equilibrio con la naturaleza, es necesario que haya equidad
entre los seres humanos”.
Ahí, en tres frases, se encuentra la
razón para construir un movimiento que aspire a salvar al mundo, la razón para
una revolución ecosocialista. Como ya he dicho, no será fácil, pero no se me
ocurre una causa más importante y que merezca más la pena. Si trabajamos
juntos, podemos acabar con el capitalismo, antes de que el capitalismo acabe
con nosotros.
[Ian Angus es el responsable de la
revista estadounidense Climate and
Capitalism. El presente texto reproduce su discurso de apertura
para la conferencia “Cambio climático, cambio social”, celebrada en Melbourne,
Australia, el 2 de octubre de 2011. La traducción del inglés para mientras
tanto es de Sergio Colina Martín]
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