domingo, 28 de junio de 2015

Los bolívares de hielo - Arturo Uslar Pietri (1948)


Una de las formas más visibles y graves de esa otra erosión del petróleo que está deformando y destruyendo la vida toda de Venezuela, es la inflación monetaria.
La impericia del Gobierno ha hecho que el incremento de la producción petrolera se convierta en esa enfermedad mortal de la inflación monetaria.
Ha habido prisa por convertir el petróleo en dinero y ha habido más prisa aún para lanzar ese dinero a manos llenas, sin plan, ni concierto. Cada día es más el dinero que corre, que suena, que corrompe, que distrae, que embriaga. Y cada día, fatalmente, el dinero vale menos. Sirve para adquirir menos cosas.
Es como si el bolívar se fuera poniendo más pequeño cada día, como si se estuviera derritiendo continuamente en las manos, como si fuera de hielo y no de otra cosa, y un buen día no fuera a quedar de él sino un poco de agua sucia.
Este bolívar fugaz, que se evapora y desintegra es el mejor símbolo de la absurda política económica del régimen de Octubre. Allí está reflejada con la más atroz de las evidencias toda su irresponsabilidad. Es un régimen que no sólo no ha sabido evitar los males previsibles, sino que los ha desatado y provocado con la más inconcebible ligereza.
No pocos se deben dar cuenta de que se va por un camino de catástrofe. Pero pareciera que lo que importa no es que la base económica de la vida venezolana haya llegado a un extremo de fragilidad suicida, sino que haya cada vez más bolívares fáciles, más petróleo que cambiar por bolívares, más bolívares que cambiar por barajitas. Mantener un ambiente de feria, de aturdimiento, de sueño de Juan Bobo.
La magnitud del mal la acaba de revelar de una manera que llamaremos candorosa el Presidente Gallegos en su Mensaje. Dice allí esta tremenda cosa: que mil quinientos millones de bolívares de la revolución, equivalen a novecientos cincuenta millones de bolívares de la época de López Contreras. O en otras palabras: que para el momento en que él hablaba su gobierno había llegado a convertir el bolívar en una moneda que había perdido el cuarenta por ciento de su poder adquisitivo. O, lo que es lo mismo, que para aquel momento cada bolívar había perdido ocho centavos. Y los sigue perdiendo. Se siguen evaporando, derritiendo, hora por hora como hielo.
Esta tremenda revelación de Gallegos, anunciada a secas, sin que aparezca ningún propósito de enmienda ni de remedio, hubiera sido suficiente en cualquier otro país para desatar un pánico, o un movimiento nacional de repulsa al Gobierno que de manera tan flagrante está destruyendo su salud económica.
Pero la mayoría de las gentes parecen darse tan poca cuenta de ello como el mismo Gobierno.
Lo que ha dicho Gallegos significa sencillamente que la situación económica de Venezuela se está agravando continuamente. Que la descontrolada inflación monetaria va inundando todas las formas de la vida nacional. Que todos los valores y las relaciones de cambio han entrado en un sistema ficticio. Que las posibilidades para que Venezuela organice su vida económica sobre bases sólidas y estables, no sólo no se realizan, sino que cada día se hacen más remotas y difíciles.
Ese anuncio significa para la empresa que tiene un millón de bolívares de capital, que en realidad sólo tiene seiscientos mil. Para el que recibe rentas, que de cada cien bolívares, cuarenta se le han desaparecido. Para el obrero a quien le pagan diez bolívares de jornal, que no está ganando más que el que ganaba seis en 1938. Y para el que metió un fuerte en 1938 en su caja de ahorros, es como si se le hubiera convertido en tres bolívares.
Esta pavorizante realidad es el fruto de la política de gastos del Gobierno.
Muchas veces, tratando de justificar lo injustificable, han dicho algunos hombres del presente régimen, que la inflación que padece Venezuela no es sino el inevitable reflejo y repercusión de un fenómeno universal. El país sufre los efectos del desajuste ocasionado por la guerra en la economía mundial.
Por eso importa mucho demostrar que una afirmación tan repetida no es exacta. La responsabilidad fundamental y directa de la inflación venezolana que está creciendo cada día, la tiene la política financiera del Gobierno. Ella es la causa principal y el agente motor de ese espantoso mal.
No es Venezuela una pasiva víctima de una situación internacional. Es el Gobierno de Venezuela el activo autor de la inflación, el fabricante de los bolívares de hielo.
Demostrarlo es muy sencillo. Y quiero hacerlo del modo más simple posible, para que todos puedan entenderlo, y para que todos comprendan la magnitud del daño que se está causando.
El aumento desconsiderado de los gastos fiscales es el aspecto más notable del régimen revolucionario. Esos gastos han crecido y se han multiplicado de una manera inverosímil. Y se han destinado preferentemente a sueldos y salarios, dádivas y préstamos. Es decir se ha convertido rápidamente en dinero de compras. En dinero inflacionario.
El reflejo del aumento de los gastos, en el alza de los precios ha sido instantáneo. Junto con los presupuestos han ido subiendo los precios ficticios de todas las cosas. O, lo que es lo mismo dicho en otros términos, a medida que han crecido los presupuestos, el poder adquisitivo del bolívar ha ido disminuyendo. Ahora se está acercando a ser no más que un “realito”.
La prueba más evidente de que son los gastos públicos en la forma desatinada en que se vienen haciendo, la causa inmediata y principal de la inflación, la suministra el simple hecho que paso a describir:
Quien consulte los Índices Generales de Precios que elabora y publica el Banco Central de Venezuela, ha de advertir lo siguiente: de 1941 a 1945 los precios que más subieron fueron los de los artículos de importación. Los de los productos nacionales subieron proporcionalmente menos de la mitad que los importados. Esto quiere decir, que durante esos años, que fueron precisamente los del Gobierno de Medina, las causas predominantes del alza de los precios provenían del exterior, eran ajenas a Venezuela y su Gobierno, eran un reflejo de la situación mundial.
Desde 1946 la situación cambia. El gobierno se embarca en una política inflacionaria de gastos crecientes. Y desde entonces ocurre, y así lo revela el Índice de Precios, que el alza de los precios de los productos nacionales sobrepasa proporcionalmente la de los productos importados. Es decir, que desde la Revolución de Octubre la causa del alza es nacional, está dentro del país y obedece exclusivamente a la política financiera del gobierno venezolano.
Este simple hecho me parece suficiente para poner las cosas en su punto. El Gobierno de Venezuela desde 1946 es el autor de la inflación monetaria, el causante de la desvalorización de la moneda y el consciente o inconsciente fabricante de los bolívares de hielo.
Pero lo peor de todo esto es que cuando la magnitud aterradora que alcanza ese mal se le revela a la nación en el propio Mensaje del Presidente, no sólo no se enuncia ningún remedio, no sólo parece pasarse sobre ello como sobre ascuas, sino que con las más estupendas de las insensateces se proclama que el gobierno está decidido agravar el mal, a llevar a peores extremos todavía el quebrantamiento de la salud económica de la nación, a desatar aún más las destructoras fuerzas de la inflación.
En ese mensaje, Gallegos anuncia que la creciente inflacionaria desatada, lejos de disminuir va a aumentar su fuerza arrasadora en un tercio. Porque, pura y simplemente, en un tercio aumenta el presupuesto nacional (de mil doscientos a mil seiscientos millones) el gobierno cuya primera misión debería ser contener la racha inflacionaria.
Cuando en cualquier país normal todos se estarían preguntando con angustia: ¿Qué va a hacer el gobierno para salvarnos de este mal que nos está matando?. En Venezuela, no sólo nadie lo pregunta, sino que el gobierno con la más indiferente ligereza abre más anchas las fuentes del mal y aumenta en un tercio la leña que está alimentado el incendio.

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