martes, 28 de enero de 2014

Rentismo y la gravísima historia de la fuga de capitales en Venezuela

Rentismo y la gravísima historia de la fuga de capitales en Venezuela


Juan C. Villegas P.
Centro de Investigación y Formación Obrera (CIFO_ALEM)

La dificultad de hacer una medición precisa de la Fuga de Capitales (FC), parte del hecho de que buena parte de los capitales que se fugan son producto de actividades ilícitas y son destinadas a paraísos fiscales, en los cuales es difícil determinar su origen. M. Sutherland (2013) recientemente ha realizado una aproximación en base a los datos suministrados por el Banco Central de Venezuela (BCV) en la cuenta denominada: Posición de Inversión Internacional, en la cual se muestra que por ejemplo entre 2003 y 2012 los activos privados en el extranjero (principalmente depósitos bancarios) pasaron de US$ 53.072 millones a 164.414 millones, lo cual da cuenta de un incremento de 111.342 millones de dólares en dicho período, a pesar del control cambiario existente. Sin embargo, esto es solo la punta del iceberg, ya que según la organización internacional Justice Tax Network durante el periodo 2001-2010 salieron de Venezuela, ya sea de forma legal o ilegal, la cantidad de 153.000 millones de dólares.


lunes, 20 de enero de 2014

América Latina y Noruega: ciclo económico y democracia

América Latina y Noruega: ciclo económico y democracia


El antídoto noruego contra los ciclos económicos de subidas y bajadas, propio de los países latinos, tal vez resida en que descubrió la democracia un siglo antes que el petróleo

Héctor E. Schamis
El País

El modelo exportador del siglo 19, la industrialización sustitutiva de mitad del siglo 20, la privatización y la apertura después de la crisis de la deuda en los ochenta, y el boom de las commodities del siglo 21 son, a grandes rasgos, las fases distintivas del desarrollo de América Latina. No obstante, y más allá de los evidentes contrastes, un rasgo se ha mantenido constante en la historia económica de la región: la política económica ha sido generalmente pro-cíclica, es decir que reproduce y refuerza los ciclos de auge y caída; “boom and bust”, como dicen los economistas.

Este dato es importante a la hora de pensar los desafíos de la región en el año que recién comienza y hacia el futuro. La propensión a implementar políticas pro-cíclicas significa que la economía crece rápidamente cuando los precios internacionales son favorables, pero a menudo colapsa dramáticamente cuando esos precios cambian. Ya sea por shocks positivos en los sectores energético, minero y agrícola, o bien por tasas de interés internacionales que incentivan el endeudamiento externo, se reproducen así los conocidos síntomas de la “enfermedad holandesa”. La rasgos estilizados de esta experiencia son una expansión económica ocasionada por el creciente ingreso de divisas externas, pero la apreciación del tipo de cambio real afecta paulatinamente la competitividad del sector industrial e induce el desplazamiento de la inversión hacia recursos naturales o intermediación financiera. En este contexto, la renta exportadora y el endeudamiento comienzan a ser usados para financiar las importaciones. Típicamente, ello invita políticas fiscales inconsistentes en el mediano plazo, sumando otro desequilibrio: de presupuesto.

La sustentabilidad de esta estrategia se torna así problemática, desacelerando el crecimiento de la economía. Si el déficit fiscal se financia con emisión, ello tendrá consecuencias inflacionarias, lo cual pondrá presión en el tipo de cambio, siendo que los actores buscan proteger el valor real de sus ingresos. Anticipándose a una mayor inflación y una posible corrida monetaria, el gobierno evita devaluar por medio de dos mecanismos, contradictorios entre sí: intervenir para mantener la paridad, perdiendo reservas, o imponer controles en el mercado de divisas y en las importaciones, generando insatisfacción social y desabastecimiento. La incertidumbre generalizada puede producir una devaluación aún más pronunciada y su concomitante fuga de capitales. La historia económica de la región continua siendo una historia de divisas: demasiadas cuando no hacen falta, y muy pocas cuando más se necesitan.

La desaceleración de la demanda y los precios de las exportaciones desde 2011, y sus efectos macroeconómicos—déficit fiscal, inflación y presión sobre el tipo de cambio—sugiere que algunos países ya están en el cambio de ciclo, a la puerta de la crisis. Más allá de los casos particulares, esto ilustra que persiste en América Latina la incapacidad de diseñar e implementar políticas contra-cíclicas, es decir, estrategias de ahorro fiscal destinadas a moderar los efectos de la inestabilidad de precios internacionales. Algo tan básico y antiguo como el mundo, alcanzaría con la metáfora bíblica para entenderlo: siete años de vacas gordas son seguidas por siete años de vacas flacas. El gran reto para la región es dilucidar el porqué de esta incapacidad y corregirla.

Una buena parte de la explicación pasa por la interacción entre la economía y la política bajo estos ciclos, los cuales por sí mismos exacerban el corto plazo. Este escenario es conducente a sistemas de dominación neo-patrimonialistas, donde diferentes facciones se disputan el control de las rentas en divisa extranjera, básicamente para distribuir los beneficios entre clientes políticos. Un corolario de ello es un aparato estatal de tenue densidad institucional, propicio para que un jefe del ejecutivo con autoridad discrecional sobre la política económica aproveche la fase positiva del ciclo, eludiendo los controles de las otras ramas del estado y concentrando poder en sus manos. Esto conforma con lo que varios especialistas han llamado un régimen “híper-presidencialista”. El problema es que cuando el ciclo cambia, y el crecimiento se convierte en recesión, la propia naturaleza cortoplacista de la estrategia pro-cíclica en combinación con una baja densidad estatal transforman las dificultades económicas en crisis políticas.

No es casual que estos ciclos de auge y caída se reproduzcan con mayor virulencia en sistemas con partidos políticos débiles, fragmentados o en crisis. Aquí entra la democracia en esta historia. Un sistema de partidos vigoroso otorga precisamente la densidad estatal que favorece la creación de mecanismos e instituciones contra-cíclicas, donde se crece menos durante la fase positiva, precisamente para suavizar el efecto de la caída ante un cambio de los precios internacionales. Un sistema donde los horizontes temporales se alargan—por la propia dinámica de negociación entre partidos—y gobernar deja de ser el mero reflejo los ciclos económicos—con poder ilimitado durante las vacas gordas y con disolución de autoridad durante las vacas flacas.

Los economistas siempre hablan de Noruega en estas discusiones. Un país en el que dos tercios de sus exportaciones están basadas en petróleo y sus derivados, una economía estructuralmente vulnerable a la enfermedad holandesa, pero que ha sido capaz de eludir el “boom and bust,” implementando políticas contra-cíclicas por medio del ahorro fiscal y acumulando esos ahorros en el sistema de seguridad social. Es decir, una economía capaz de crear instituciones que, por definición, alargan el horizonte temporal. Noruega debería ser un espejo para América Latina, agregan.

Tienen mucha razón y, de hecho, algunos países de la región han incorporado esas lecciones. Pero los politólogos, sin embargo, siempre les recordamos que el secreto tal vez resida en la secuencia histórica. No en vano, Noruega descubrió la democracia casi un siglo antes de descubrir petróleo.


Hector E. Schamis es profesor en Georgetown University, Washington DC.

viernes, 17 de enero de 2014

Neblina sobre los horizontes post-extractivistas: ¿no hay alternativas? - Emiliano Teran Mantovani

Notas críticas sobre “América Latina en la geopolítica del imperialismo” de Atilio Borón
Neblina sobre los horizontes post-extractivistas: ¿no hay alternativas?


Emiliano Teran Mantovani
Rebelión

Recientemente, el Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2012 ha sido asignado a Atilio Borón, por su obra «América Latina en la geopolítica del imperialismo». En esta obra, Borón presenta el panorama de crisis general del capitalismo, la estrategia imperialista de los Estados Unidos, y la significación de América Latina en este contexto. Las múltiples manifestaciones del caos sistémico, producto de la crisis civilizatoria en la que estamos inmersos, van de la mano con profundos reordenamientos geopolíticos y movimientos en el “tablero mundial” ―al momento de escribir esta nota, la administración Obama se encontraba evaluando sus opciones militares en la guerra civil que está devastando a Siria―, por lo que los debates abiertos en este libro son evidentemente fundamentales para la región.

Hay un debate medular en el cual nos vamos a centrar, y es el que se refiere al papel que juegan y pueden jugar los gobiernos, pueblos y movimientos sociales en América Latina tanto en los procesos de transformación que se han vivido en la región, como en la propia geopolítica del imperialismo. Es resaltante notar, cómo la crítica al extractivismo, al concepto de desarrollo, y la propuesta de alternativas al mismo, que pasan también por la discusión sobre el Buen Vivir, han calado al punto de hacerse referentes en el debate regional. En la propia Declaración de Jefes de Estado del ALBA, en Guayaquil el 30 de julio de 2013, se hace evidente que esta disputa ideológica ha crecido en importancia, llevando a plantear explícitamente el rechazo a “la posición extremista de determinados grupos que, bajo la consigna del anti-extractivismo, se oponen sistemáticamente a la explotación de nuestros recursos naturales[1].

No es de sorprender que el texto premiado de Atilio Borón se inserte en esta disputa, dedicándole al menos dos capítulos (6 y 7) en su obra, y planteando lo que considera las limitaciones del “pachamamismo”, de los críticos del neoextractivismo y de los teóricos de las alternativas al desarrollo. Reconoce el enorme problema de los límites del planeta y la necesidad de reformular los principios epistemológicos de la izquierda y los sectores anticapitalistas. No obstante, en la misma medida intenta desarmar las alternativas al desarrollo, sumergiéndolas en un horizonte donde no se avizoran posibilidades, cerrando nuevamente el círculo del sistema y bloqueando sus grietas básicamente con interrogantes y algunas ambigüedades. Parece que pasamos de un callejón sin salida a otro.

La dicotomía pachamamismo vs extractivismo planteada por Borón, supone dos cosas:

-  la primera, es la construcción de un escenario en el cual toda crítica al extractivismo deviene en pachamamismo, una suerte de sujetos fundamentalistas, obcecados, impacientes y carentes de alternativas, que colocan sin negociación la defensa ambiental por encima de todo, y que ponen a los gobiernos progresistas entre la espada y la pared con sus peticiones. Esta tipificación maniquea[2] apunta hacia una especie de deslegitimación de toda vocería de estas posturas, a la vez que disuelve la amplitud, la riqueza y la diversidad de la crítica al extractivismo;

- la segunda, deviene en que la alternativa al extractivismo, su “contrapropuesta”, es por lo tanto inviable para el presente, por lo cual esta se posterga.

Si Borón considera plausibles buena parte de las críticas de los teóricos del neoextractivismo, y que “sus argumentos quedan reducidos a una atractiva retórica pero desprovista de reales capacidades de transformación social[3], entonces debemos rastrear esos límites que expone el autor que hacen que para éste, sean inviables las propuestas de alternativas al desarrollo en la realidad. La pregunta clave sería, ¿cómo estamos pensando esos desafíos para apuntar a una transición hacia modelos post-extractivistas? Proponemos la discusión a partir cinco puntos resaltantes profundamente entrelazados, problematizando los límites boronianos a los planteamientos anti y post-extractivistas:

a) “Primero hay que hacer una revolución socialista”

Para Borón, los “pachamamistas” y los críticos del desarrollo plantean impulsar el sumak kawsay en un solo país[4], lo cual no es necesariamente cierto. El investigador argentino toma para la crítica a varios autores, siendo uno de sus principales objetivos Eduardo Gudynas. Gudynas ha expuesto que: “La propuesta de desarrollo postextractivista no puede hacerse en solitario, y requiere ciertos niveles de coordinación dentro de América Latina, o al menos con los países vecinos. Esas negociaciones llevan su tiempo, e implica que varios países lleven ritmos similares en sus procesos de cambio[5]. En todo caso, para que se pueda impulsar ese Buen Vivir, Borón se plantea:

¿Podrá lograrse tal cosa en ausencia de una profunda revolución social? Una de las críticas que pueden formularse a quienes (como Eduardo Gudynas y tantos otros) pregonan la necesidad de llegar primero a un extractivismo “sensato” ―es decir, que para 2020 no supere el 30% de las exportaciones de nuestros países― reside precisamente en la debilidad de una argumentación a favor de una racional y cuidadosa apropiación de los recursos naturales liberada de los condicionamientos y limitaciones que plantea el capitalismo, y su modelo de consumo, en su actual fase imperialista. Estamos de acuerdo en la meta, pero para ello nos parece que es necesario hablar de ―¡y hacer!― una revolución socialista. Dentro del capitalismo tal solución es inviable[6].

Hay en este planteamiento una especie de visión mecanicista, una linealidad newtoniana que propone la existencia de etapas puras, discontinuas unas de otras. Puesta así, la revolución aparece con un comienzo de cero ―¡ya no hay más capitalismo!―, como un crack, comotabula rasa. Aparece cosificada como algo trascendental, pero no considerada como un proceso molecular. Sin embargo, al analizar la propia obra de Marx, se muestra cómo el proceso de acumulación originaria fue un proceso germinal, en el cual iban naciendo y estructurándose formas de producción y de relaciones capitalistas en el seno de la agonizante sociedad feudal, siendo que el último episodio de la consolidación del capitalismo en Europa ―¡y no el primero!― fue la Revolución Francesa, a la que Marx llamó la “escoba gigantesca que barrió todas las reliquias de tiempos pasados[7].

Para Borón, solo una vez consumado el proyecto socialista sería posible salvar a la Madre Tierra. Esta idea revolucionaria, a nuestro juicio capitalocentrista, etapista y trascendental, nos remite constantemente a lugares y tiempos inexistentes. La construcción de un mundo post-capitalista debe ser un proceso germinal construido desde el ahora. La idea planteada en Venezuela por el presidente Chávez sobre el impulso a las Comunas como base del Socialismo del Siglo XXI, con sus contradicciones, intenta apuntar en esa dirección. Las luchas territoriales en todo planeta son procesos que reflejan estas tensiones y contradicciones. El propio Borón plantea, que la socialización, como proceso de empoderamiento popular es un “proyecto por el cual se acaba con el despotismo del capital mientras se va instituyendo el autogobierno de los productores[8]. El problema es que el mantener el extractivismo como modelo, y peor aún, intensificarlo, al contrario que abrir este proceso, lo aprisiona.

En la medida en que se ensancha el Estado rentista, este tiende a expandir cuantitativa y cualitativamente su relación clientelar con los sujetos, a extender la modernidad capitalista a nuevos territorios, subsumiendo y disolviendo comunidades, saberes, culturas y economías ancestrales, y a desestimular poderosamente las economías productivas. Son significativos los debates que se dan actualmente en Venezuela entre movimientos sociales, organizaciones populares y comuneros, quienes reconocen los enormes desafíos que produce la cultura rentista en términos de desmovilización social y de conciencia consumista e individualista[9]. No hay motivos para pensar que más extractivismo nos puede abrir el camino hacia ese proceso revolucionario constitutivo.

b) Extractivismo, “desarrollo” y la pobreza capitalista

Una de las críticas de Borón a los que ha denominado los “pachamamistas”, consiste en que estos plantean oposición al extractivismo y al desarrollo, pero no dicen de donde vendrá el dinero para construir esa nueva y buena sociedad. Plantea como poco razonable proponer un “no desarrollo” ante la pobreza, hambre y miseria social, al tiempo que afirma

¿hasta qué punto podríamos estar autorizados a exigirle a los países que, no por propia voluntad, sino a causa de la dominación imperialista quedaron sumidos en el atraso y el subdesarrollo, que se resignen a permanecer en esa situación, o tal vez conformarse con un módico progreso, pero a años luz de los niveles de vida de los países que se beneficiaron durante siglos del despojo colonial?[10]

Lo cierto es que con la llegada de los gobiernos progresistas en América Latina, los índices de pobreza han disminuido notablemente, lo cual, aunque no haya resuelto el problema de fondo, se trata de un muy importante incremento del bienestar básico de una buena cantidad de personas que habían sido excluidas del sistema socioeconómico.

A pesar de esto, estamos hablando de la cobertura de las necesidades básicas de los ciudadanos por la vía de la redistribución de una renta, fundamentada en un modelo insostenible en el mediano plazo, que tiende a hacerse cada vez más dependiente y vulnerable en términos sistémicos, y que a partir de una contabilidad distorsionada, va destruyendo otros valores que suelen ser invisibilizados (ecológicos, económicos, culturales), lo cual deja el verdadero “saldo de vida” en negativo (una verdadera pobreza).

El mantenimiento y la profundización del extractivismo y el “desarrollo” supondrían una intensificación de nuestra inserción en la globalización capitalista, incrementando nuestros niveles de dependencia sistémica y por ende nuestra vulnerabilidad económica, lo cual se traduce en peligros de orden financiero, alimentario ―el caso de Venezuela es resaltante[11]― y en general de procesos de acumulación por desposesión. La pobreza está en estrecha relación con la propiedad ―el despojo de la modernización capitalista apunta a la creación de los “desposeídos”―, con la autonomía comunitaria ―la dependencia necesariamente genera pobreza, y viceversa―, y con el acceso a los bienes comunes para la vida, y si estos son despojados o destruidos, estamos en presencia de una pérdida de riqueza.

Es falsa la separación entre el ambiente, lo social y lo político. La defensa ambiental no sólo es un ejercicio cosmético, sino que se trata primordialmente de una defensa del territorio, de la riqueza para la vida. América Latina es una región donde se despliegan múltiples conflictos territoriales en defensa de los bienes comunes, conflictos buena parte de ellos entre los pueblos y comunidades contra sus propios Estados. Estos conflictos precisamente se basan en proyectos extractivos que proponen “desarrollo” y renta, a cambio de la destrucción de otros valores para la vida[12].

La reivindicación de Borón de que no tenemos autoridad para exigirle a ningún pueblo que se resigne al “atraso y el subdesarrollo” es tan comprensible como insostenible. Por un lado, de ser esto así, ese derecho lo podrán exigir tranquilamente los millones de pobres de China, Brasil e India, potencias emergentes que durante mucho tiempo fueron explotadas y empobrecidas por el imperialismo. Si esos tres países “llegaran al desarrollo”, como paradigma de producción y consumo estandarizado por los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, aquí ya no habrá mucho más que discutir. Por otro lado, ¿tenemos a su vez autoridad para exigirle e imponerle a un pueblo o comunidad un proyecto extractivo en “nombre del desarrollo”?

Hay una especie de mito de que el dinero lo resuelve todo. Creemos que es muy discutible que el camino para “vencer la pobreza” de los pueblos Latinoamericanos pase por intensificar el rol extractivista de sus Estados. Hay que revisar si los encadenamientos productivos deben ser primordialmente con el mercado mundial o bien entre pueblos de la región. Si seguirá prevaleciendo el mentado “desarrollo nacional” a partir de mercantilizar nuestra naturaleza, o podremos avanzar en el impulso de la autosostenibilidad territorial de nuestros pueblos y comunidades ―nuevamente, el proyecto de Las Comunas propuesto por el presidente Chávez en Venezuela― desde una transición económica y territorial post-extractivista. Se trata, en todo caso, de un proceso de orden global.

c) La condición extractivista del Estado periférico latinoamericano

Para Borón está claro que las evidencias más rotundas de las lacras del neoextractivismo surgen en países de centroizquierda como Argentina, Brasil Uruguay y el Chile previo al triunfo de Sebastián Piñera, países que no han manifestado la menor intención de avanzar hacia un horizonte postcapitalista. El argentino expone que Bolivia, Ecuador y Venezuela sí han trazado este camino, planteando el Socialismo del Siglo XXI, y cree que algunas críticas han subestimado logros como las nacionalizaciones petroleras en Venezuela y Bolivia, junto con la importante iniciativa del Yasuní ITT en Ecuador[13] ―a estas alturas el presidente Correa declaró el fin de la moratoria de la explotación petrolera en esa rica área, aunque convocaría a un referéndum popular para someter dicha decisión a la voluntad popular.

 Borón afirma que “Para América Latina, la sustentabilidad de los procesos en curso en Venezuela, Bolivia y Ecuador es la mayor importancia[14], lo cual consideramos correcto, pero al mismo tiempo no es una afirmación que esté exenta de debate. La pregunta que juzgamos clave es, ¿qué es necesario para sostener estos procesos en curso?, entendiendo “proceso” como la alianza popular-nacional en la que la propia base popular es el factor constitutivo de la misma.

 Ante las “impacientes” críticas de los teóricos de las alternativas al desarrollo, Borón antepone un “sobrio diagnóstico”[15], asumiéndolo como más claro ante los enormes desafíos planteados. El problema es que la crítica al extractivismo no se trata principalmente de la velocidad de las transformaciones en curso, sino más bien de la preocupante dirección que están tomando las mismas en varios países de América Latina, lo que genera un cuestionamiento a esta especie de actitud pasiva/acrítica que parece promover el texto. Más bien surgen preguntas como, ¿es la profundización del extractivismo, promovida a partir de la expansión de los proyectos extractivos en toda la región, una vía hacia modelos post-capitalistas y post-extractivistas? ¿Son estos proyectos en expansión fórmulas inevitables? ¿Son producto de la necesidad, o en cambio son más una elección política? ¿Cuáles serán los costos de esta profundización del modelo en términos sociales, políticos, geopolíticos, económicos y ecológicos?

 Este tipo de modelos rentistas y dependientes que caracterizan nuestros países latinoamericanos son tan paradójicos que incluso en épocas de abundancia, intensifican su conexión con la economía-mundo capitalista ―y por ende su propia dependencia― y amplifican sus males endémicos, los cuales son encubiertos por la renta como ilusión de riqueza. Hay claros signos en nuestras economías de la llamada “enfermedad holandesa”, producto del boom de los commodities a partir del 2004 impulsado principalmente por la demanda china. No es producto de la casualidad que en Venezuela, en la medida en que se han incrementado los ingresos por exportación petrolera, al mismo tiempo han crecido los niveles de endeudamiento externo y las importaciones. Se trata de un problema estructural.

 Ante esto, Borón parece debatirse entre una paradoja que aprueba y pero ve con escepticismo un proceso de transición post-extractivista en los países progresistas latinoamericanos. Borón afirma:

 Cuando los intelectuales y movimientos sociales más profundamente identificados con el sumak kawsay hablan de “transición” están reconociendo la imposibilidad de concebir la fulminante implantación de ese programa mediante un úkase administrativo emitido desde Caracas, Quito o La Paz. Por consiguiente, si se trata de un proceso que puede durar varios años, hasta décadas, solo espíritus muy cegados pueden dejar de reconocer que hasta que este se consuma habrá una difícil pero inevitable coexistencia entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no acaba de nacer, para usar la expresión gramsciana (…) Pero mientras esta novísima forma de organizar la vida económica y social de los pueblos se instaure y consolide, la convivencia de un capitalismo extractivista en retirada con un nuevo orden económico poscapitalista o “socialismo biocéntrico” será inevitable. Este no surgirá por generación espontánea, sino que será producto de prolongadas luchas populares y una férrea determinación gubernamental[16].

 Ciertamente este escenario parece más sensato que la idea de “primero la revolución socialista”. En todo caso, lo resaltante es precisamente cómo se allana el camino para la puesta en marcha de ese “extractivismo en retirada”. Y para ello es necesario, en primer lugar, una política de transición clara que juegue con los márgenes de maniobra que actualmente poseen los gobiernos progresistas, los cuales no son tan estrechos y limitados como nos han querido hacer pensar ―como lo demuestra la desvinculación del FMI por parte de Venezuela; los desafíos a la deuda externa ilegítima que planteara el gobierno de Ecuador[17]; o como lo fue en su momento la propia iniciativa de no explotar el Yasuní ITT en ese mismo país.

 Y en segundo lugar, el despliegue de ese nuevo orden económico poscapitalista o “socialismo biocéntrico” en el seno de nuestras sociedades, que constituya el tránsito de la pobreza rentista a la riqueza por apropiación de procesos. El propio Borón afirma: “Es obvio que existen pasos que pueden darse de inmediato, pero la cuestión es calcular con esperanzado realismo y sin abandonar para nada los ideales cuánto es lo que se puede avanzar en la correlación de fuerzas que define los marcos de lo posible para gobiernos como los de Bolivia y Ecuador[18].

 Ahora bien, si el Estado es también un campo en disputa, si en una revolución no debe morir la permanente tensión que existe entre poder constituido y poder constituyente, entonces las movilizaciones y la crítica populares son el motor de esos procesos de cambio radical. Han sido, son y siempre serán la fuerza originaria de toda transformación social, capaz de desplazar la hegemonía del capital en un espacio-tiempo determinado, así como de defender zonas liberadas o reivindicaciones alcanzadas, y el caso de los procesos políticos latinoamericanos no son la excepción. No hay política de transición post-extractivista posible, ni impulso a procesos germinales post-capitalistas, sin poder constituyente activo.

d) Extractivismo e imperialismo

Atilio Borón, ahora desde una postura dubitativa acerca de la transición post-desarrollista ―evidencia de algunas formulaciones no resueltas por el autor, que se expresan desde una cierta ambigüedad―, y volviendo a la idea de la “ruptura revolucionaria”, alerta de los peligros del imperialismo:

 Todo esto supone discutir cómo se produciría el pasaje a la nueva estrategia alternativa al desarrollo. La respuesta de los teóricos de este modelo es que esto ocurriría, no mediante una ruptura revolucionaria, sino a través de transiciones que, paulatinamente, vayan imponiendo este nuevo sentido común alternativo al progreso y al desarrollo. Pocos podrían estar en desacuerdo con tan nobles propósitos. la cuestión, sin embargo, es: ¿cómo avanzar en estas pacíficas transiciones en sociedades como las del capitalismo actual, dominadas por completo por la rapacidad de la lógica de la ganancia y “acorazadas”, para usar la expresión gramsciana, por un aparataje coercitivo y mediático que se erige como un formidable obstáculo ante cualquier tentativa de cambio?[19]

 Ciertamente estamos inmersos no sólo en un sistema-mundo sumamente caótico y convulsionado, sino en un entorno global de permanentes conflictos geopolíticos e importantes reacomodos. Para Borón, el entorno geopolítico es muy comprometido, de ahí que insista en una postura más sobria. En todo caso, el moderno sistema-mundo capitalista ha sido un sistema en constante conflicto, intensificado cualitativa y cuantitativamente desde el inicio de la fase imperialista a fines del siglo XIX, cuando comenzara la verdadera repartición del mundo, por lo que un “entorno geopolítico favorable” para iniciar un proceso emancipatorio de los pueblos latinoamericanos no parece haber existido como tal.

Lo que sí tenemos en la actualidad son escenarios particulares, asentados en los escenarios histórico-estructurales: un entorno peligroso de crecientes procesos de acumulación por desposesión; un escenario de notables reordenamientos geopolíticos, con Estados Unidos como potencia en decadencia ―y como un “tigre acorralado”, como lo ha llamado Immanuel Wallerstein― y tendencias a la multipolaridad con el ascenso de los BRICS, con China a la cabeza; un entorno de fortalecimiento regional en América Latina en términos geopolíticos; y un entorno de movilizaciones populares también en la región, con algunos vaivenes. La pregunta es: en síntesis, ¿es este el mejor entorno geopolítico que ha tenido y puede tener América Latina para su emancipación en toda la historia de la modernidad capitalista?

Es importante resaltar que la visión que vincula al imperialismo únicamente con la idea de una intervención militar de los Estados Unidos, resulta muy reduccionista. Esta visión expresa en efecto, su actor principal, empleando a su vez su faceta más agresiva; pero existen otros actores y mecanismos que operan para facilitar los procesos de acumulación por desposesión. Entender estas complejidades permite visualizar con mayor claridad el mapa de actores y procesos que confluyen en la geopolítica del extractivismo en América Latina. Creemos que Borón se centró primordialmente en esa cara más visible, en “la punta del iceberg” del imperialismo, como la ha llamado el geógrafo marxista David Harvey[20].

Si el imperialismo persigue solventar los desajustes que se originan en los procesos de acumulación de capital, posicionarse y controlar determinados territorios y recursos naturales estratégicos, y avanzar en el tablero mundial para contener o eliminar a un potencial enemigo, existen varios mecanismos para operativizar esto en la globalización neoliberal. De ahí que hablemos de imperialismo cultural, que pasa tanto por controlar matrices de opinión, como los paradigmas epistémicos para comprender la realidad ―donde el paradigma de “desarrollo” todavía tiene gran fuerza―; un imperialismo corporativo, desde el cual las empresas transnacionales toman control de la producción interna y desnacionalizan las economías nacionales, aunque también se pueden contar las actuaciones específicas de las ONGs; un imperialismo financiero, motorizado por los grandes oligopolios bancarios y las grandes instituciones supranacionales de “desarrollo” y fomento como el Banco Mundial; un imperialismo jurídico, que opera por medio de las instituciones y normativas globales que enmarcan todos los procesos estatales políticos y económicos en un esquema jurídico mundializado en torno al capital[21]; todos estos, unidos al imperialismo militar, el más agresivo y destructivo. Se trata pues, de un “imperialismo de mil tentáculos”, apelando a un término que utilizó el propio Borón en el texto, aunque fuera sólo para advertir a los gobiernos progresistas acerca de los peligros de peones locales financiados desde el exterior, y que aparentan ser democráticos y humanistas[22].

En la medida en que nos insertamos más profundamente en la globalización capitalista, nos amalgamamos más con estos múltiples dispositivos del imperialismo. El imperialismo puede arrodillar a una nación por la vía del endeudamiento externo, como ya pasó en varias partes del mundo con la Crisis de la Deuda de los años 80, y como pasa en la actualidad en Grecia. La expansión del extractivismo conlleva a crecientes niveles de endeudamiento externo en nombre del “desarrollo”, como lo hemos mencionado antes. La invasión imperialista de semillas transgénicas y el agronegocio pueden aniquilar la soberanía alimentaria de un país. Favorecer el extractivismo agrario puede representar un enorme peligro para la soberanía nacional[23].

De esta manera, no estamos muy seguros que profundizando el extractivismo estemos despegándonos del imperialismo. Si los Estados periféricos son vulnerables ante estos múltiples mecanismos imperialistas, y pueden articularse con el gran capital transnacionalizado, es fundamental la interpelación popular que fiscalice al Estado en su accionar geopolítico, no sólo con los Estados Unidos, sino también con China, Brasil, Rusia, entre otros. Lo más importante, es evitar que se abran procesos de acumulación por desposesión.

Si en el contexto de agravamiento de la crisis estructural del capitalismo histórico, el Estado cada vez va a poder cumplir menos su función social, es fundamental que se lleve a cabo un desplazamiento político que empodere a las organizaciones territoriales. El proyecto político de Las Comunas funciona no sólo como proyecto constitutivo, sino como núcleos de resistencia ante una posible agudización de la crisis civilizatoria.

e) Alternativas, procesos y sujetos de transformación

América Latina en la geopolítica del imperialismo” nos deja con escasos, sino nulos horizontes alternativos. La pesadez y la fuerza incontenible del imperialismo estadounidense, junto con el intento de restar fuerza y pertinencia a la crítica al extractivismo y la formulación de alternativas al desarrollo, pudiera tener un efecto que pasa de ser “intranquilizador” ―en palabras del propio Borón―, a ser desmovilizador y agobiante. No se duda de la realidad en lo que respecta a la voracidad del imperialismo estadounidense, sin embargo, difícilmente no se tenga un efecto contraproducente en un lector que se le traza un panorama tan oscuro, que a su vez no viene acompañado de algún horizonte de posibilidad. Los altos niveles de caos sistémico vienen además acompañados de altos niveles de incertidumbre ―hasta hace poco, nadie se esperaba las revueltas sociales que se dieron en Brasil para junio de este año, por lo que el margen de movilizaciones populares en todo el mundo tiene un papel demasiado importante que cumplir en esta historia que aun no se ha escrito.

Lo cierto es que Borón soltó apenas algunas escasas y discontinuas insinuaciones propositivas en el texto, al tiempo que curiosamente acusaba a los críticos del extractivismo como Gudynas, de carecer de alternativas y propuestas realistas. De hecho, Borón, en defensa del crecimiento económico en sí, propone: “Lo que habría que hacer es garantizar, mediante un estricto control público (que no solo quede en manos de la burocracia estatal), que las actividades económicas respeten los derechos de la Madre Tierra y que reduzcan a un mínimo los procesos que podrían afectar negativamente tanto a la naturaleza como a la sociedad[24]. Se trata exactamente del mismo tipo de alternativas y propuestas que plantea el propio Gudynas en sus escritos: “Un primer conjunto de medidas está basado en aplicar controles sociales y ambientales sustantivos y eficientes sobre los empren­dimientos extractivos, y simultáneamente avanzar en una correc­ción social y ambiental de los precios de los productos extraídos[25].

A decir verdad ha sido Gudynas quien ha trabajado más el diseño de alternativas, en este caso post-extractivistas, en comparación con el trabajo de Borón. Pero esta coincidencia que acabamos de señalar arriba, más allá de evidenciar algunas inconsistencias en el discurso del investigador argentino, es una muestra de las dificultades para pensar, generar, producir y explicitar alternativas post-capitalistas en un mundo en crisis, con paradigmas en crisis, que en la mayoría de las veces no dan alcance para interpretar la realidad, y muchos menos para diagnosticar y esbozar caminos ante tales niveles de incertidumbre e hibridación. Resulta dificultoso juzgar tan rígidamente la carencia de alternativas “realistas” en una izquierda que tiene más claro lo que no quiere, pero que muy poco ha avanzado en construir teoría(s) para andar hacia el mundo que desea.

 No obstante, Borón reconoce que:

 un genuino proyecto de “buen vivir” implica definir, de algún modo, el programa socialista para el siglo XXI. El problema es que esta es una tarea eminentemente práctica, toda vez que la teoría ―como el célebre búho de Minerva mencionado por Hegel― siempre despliega sus alas al anochecer, es decir, cuando la praxis histórica de los pueblos resuelve (o trata de resolver) los desafíos que enfrenta la sociedad[26].

 Esta idea es fundamental en el sentido de que reivindica los saberes populares  y su potencial creativo y emancipatorio, descentralizando los procesos de producción de saberes, que han sido universalizados durante varios siglos por la epistemología colonial. Sin embargo, Borón, en su crítica al supuesto “espontaneísmo” de los movimientos sociales ―nuevamente una tipificación estereotipada para criticar en general al resto de los movimientos sociales[27]―, propone la necesidad de una teoría revolucionaria: “Puede parecer demasiado iluminista pero no importa: en ausencia de tal teorización, difícilmente podrá haber prácticas de masas emancipatorias o revolucionarias. Solo una teoría que diga y demuestre que otro mundo es posible persuadirá a las masas a actuar; ante la ausencia de una tal teoría la respuesta ha sido la resignación y la desesperanza[28].

 En este continuo vaivén entre el estructuralismo y algunas reivindicaciones moleculares que hace Borón, se asoman paradojas como estas que pone al sujeto político ante un dilema ontológico. Nuevamente los movimientos sociales se enfrentan a la disyuntiva entre ser “masa” bajo un mando centralizado y jerarquizado, o bien articularse orgánicamente en la diversidad, con las dificultades y desafíos que esto supone. Pero preocupa sobremanera, que Borón plantee que muchos movimientos sociales y fuerzas políticas estén abriendo una brecha con los gobiernos progresistas, y que en su crítica estén “en coincidencia con la virulenta contraofensiva estadounidense destinada a revertir los avances registrados en la primera década de este siglo” o “en estrecha asociación con organizaciones abierta o veladamente instrumentales a la política imperialista en la región[29], lo que puede constituir la apertura a un peligroso camino de abierta satanización de la crítica y de criminalización de la protesta, estableciendo un nuevo signo en la relación de los movimientos sociales con los gobiernos denominados progresistas. El escenario más fructífero para los procesos revolucionarios es el continuo y permanente debate y práctica crítica. Lo otro genera preocupantes interrogantes.

Emiliano Teran Mantovani es sociólogo de la Universidad Central de Venezuela, investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos CELARG y hace parte del equipo promotor del Foro Social Mundial Temático Venezuela


Fuentes consultadas
- ABYA Yala Universidad Politécnica Salesiana. Fundación Rosa Luxemburg (coordinadores). Más allá del desarrollo. Fundación Rosa Luxemburg/Abya Yala. Caracas, 2011.
- BORÓN, Atilio. América Latina en la geopolítica del imperialismo. Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Caracas, 2012.
- BRITTO García, Luis. ¡Arrancó el golpe judicial en Venezuela! Aporrea. Domingo, 18/08/2013. Disponible en:http://www.aporrea.org/ddhh/a171974.html. [Consultado: 19/08/2012].
- Declaración del ALBA desde el Pacífico XII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del ALBA-TCP. Guayaquil, 30 de julio de 2013. Disponible en: http://cancilleria.gob.ec/wp-content/uploads/2013/07/declaracion-alba-guayaquil-julio-2013.pdf. Consultado: [12/08/2013].
- GAMBINA, Julio. La crisis mundial también se siente en la economía local. ALAI, América Latina en Movimiento. 2012-07-23. En:http://alainet.org/active/56688. [Consultado: 25/07/2012].
- GORRAIZ López, Germán. El rally alcista de las commodities y sus efectos colaterales. ALAI, América Latina en Movimiento. 2013-07-29. Disponible en: http://alainet.org/active/66055. Consultado: [11/08/2013].
- GUDYNAS, Eduardo. «Diez tesis urgentes sobre el nuevo extractivismo», en: Autores Varios, Extractivismo, política y sociedad. CAAP (Centro Andino de Acción Popular) y CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social). Quito, Ecuador. Noviembre 2009. pp 187-225. En:http://www.ambiental.net/publicaciones/GudynasNuevoExtractivismo10Tesis09x2.pdf. [Consultado: 21/04/2012].
- HARVEY, David. El nuevo imperialismo. Ediciones Akal S.A. Madrid, 2007.
- MARX, Karl. La Guerra Civil en Francia. Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores. SOV Baix Llobregat, 2009. Disponible en: http://www.enxarxa.com/biblioteca/MARX%20La%20guerra%20civil%20en%20Francia%20-%20sense%20afegits%20C2.pdf. Consultado: [15/07/2013].
- STEFANONI, Pablo. ¿Adónde nos lleva el pachamamismo? Rebelión. 28-04-2010. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=104803. Consultado: [23/08/2013].
- STEFANONI, Pablo. Indianismo y pachamamismoRebelión. 04-05-2010. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=104803. Consultado: [23/08/2013].
- TERAN Mantovani, Emiliano. Semillas de transformación en los movimientos sociales venezolanos. ALAI, América Latina en Movimiento. 2013-07-17. Disponible: http://alainet.org/active/65751. Consultado: [17/07/2013].


[1] Cfr. Declaración del ALBA desde el Pacífico XII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del ALBA-TCP. Guayaquil, 30 de julio de 2013. pp.2-3. Subrayado nuestro.
[2] El término “pachamamismo”, que puso de moda Pablo Stefanoni, emerge en un contexto específico de debate en Bolivia. Los pachamamistas para Stefanoni son sujetos con visiones esotéricas de la política y la crisis civilizatoria. Se trata para este autor, de filosofías huecas, poco serias y realistas. Véase: STEFANONI, Pablo. ¿Adónde nos lleva el pachamamismo?, e Indianismo y pachamamismo.
[3] BORÓN, Atilio. América Latina en la geopolítica del imperialismo. p.176
[4] Ibíd. p.149
[5] Cfr. Eduardo Gudynas, «Sentidos, opciones y ámbitos de las transiciones al postextractivismo» en: ABYA Yala Universidad Politécnica Salesiana. Fundación Rosa Luxemburg (coordinadores). Más allá del desarrollo. pp.273, 292-293. Gudynas además advierte que si un país llevara a cabo políticas de transición post-extractivistas de manera unilateral dentro de América del Sur, los emprendimientos extractivistas simplemente se mudarían a una nación vecina. pp.284-285
[6] Op. Cit. pp.149-150
[7] Cfr. MARX, Karl. La Guerra Civil en Francia. Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores. p.18. Continuaba Marx diciendo: “…limpiando así, al mismo tiempo, el suelo de la sociedad de los últimos obstáculos que se alzaban ante la superestructura del edificio del estado moderno, erigido en tiempos del Primer Imperio, que, a su vez, era el fruto de las guerras de coalición de la vieja Europa semifeudal contra la Francia moderna”.
[8] Op.Cit. p.166
[9] Sobre esto, véase: TERAN Mantovani, Emiliano. Semillas de transformación en los movimientos sociales venezolanos.
[10] Op.Cit. p.150
[11] German Gorraiz López alerta de los peligros de una nueva crisis alimentaria y resalta las altas vulnerabilidades en este campo de, entre otros países, Venezuela, Bolivia y Paraguay, sumado a México, las Antillas y América Central. Véase: El rally alcista de las commodities y sus efectos colaterales.
[12] Preocupa sobremanera que en la mencionada “Declaración de Guayaquil” del ALBA, el rechazo al anti-extractivismo, también se traduce en un rechazo a la exigencia de que la explotación de los recursos naturales “se pueda hacer solamente sobre la base del consentimiento previo de las personas y comunidades que viven cerca de esa fuente de riqueza. En la práctica, esto supondría la imposibilidad de aprovechar esta alternativa y, en última instancia, comprometería los éxitos alcanzados en materia social y económica”. Op.Cit. pp.2-3. Esto aviva nuevamente el debate sobre la relación democracia y extractivismo, entre soberanía popular y territorio, entre pobreza y desarrollo. ¿Es el extractivismo compatible con una sociedad democrática?
[13] Op. Cit. pp.170-172
[14] Op.Cit. p.183
[15] Op.Cit. p.164.
[16] Op.Cit. p.183
[17] Cfr. GUDYNAS, Eduardo. «Diez tesis urgentes sobre el nuevo extractivismo», en: Autores Varios, Extractivismo, política y sociedad. p.197
[18] Op.Cit. p.163
[19] Op.Cit. p.173
[20] Cfr. HARVEY, David. El nuevo imperialismo. p.139
[21] Luis Britto ha venido denunciando la posibilidad de un golpe judicial contra Venezuela canalizado por la vía de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH). Véase: ¡Arrancó el golpe judicial en Venezuela!
[22] Op.Cit. 184
[23] Julio Gambina, al reflexionar sobre las causas que llevaron a la materialización del Golpe de Estado en Paraguay a finales de junio de 2012, aseveraba que: “haber favorecido y fortalecido en Paraguay en estos años la economía extractivista, contra otras formas de producción agraria, sea campesina, indígena, cooperativa, o de producción familiar, es parte de la desmovilización popular en el sustento de un cambio estructural”. GAMBINA, Julio. La crisis mundial también se siente en la economía local.
[24] Op.Cit. p.177
[25] Eduardo Gudynas, «Sentidos, opciones y ámbitos de las transiciones al postextractivismo» en: ABYA Yala Universidad Politécnica Salesiana. Fundación Rosa Luxemburg (coordinadores). Más allá del desarrollo. p.281
[26] Op.Cit. p.166
[27] Es curioso que Borón acuse de “impacientes” a los críticos del extractivismo y los llamados “pachamamistas” o “pachamámicos” por exigir resultados inmediatos a los gobiernos progresistas, pero se juzgue duramente a los movimientos sociales por supuestamente dejar intactas y vigentes las premisas neoliberales (en tan escaso tiempo). Cfr. p.230
[28] Op.Cit. p.232

[29] Op.Cit. pp.178-179

La izquierda marrón - Eduardo Gudynas

La izquierda marrón


Eduardo Gudynas
Alainet

Está quedando en claro que para los gobiernos progresistas o de la nueva izquierda, las cuestiones ambientales se han convertido en un flanco de serias contradicciones. El decidido apoyo al extractivismo para alimentar el crecimiento económico, está agravando los impactos ambientales, desencadena serias protestas sociales, y perpetúa la subordinación de ser proveedores de materias primas para la globalización. Se rompe el diálogo con el movimiento verde, y se cae en una izquierda cada vez menos roja porque se vuelve marrón.

Una rápida mirada a los países bajo gobiernos progresistas muestra que en todos ellos hay conflictos ambientales en curso. Es impactante que esto no sea una excepción, sino que se ha convertido en una regla en toda América del Sur. Por ejemplo, en estos momentos hay protestas frente al extractivismo minero o petrolero, no solo desde Argentina a Venezuela, sino que incluso en Guyana, Surinam y Paraguay.


En Argentina se registran conflictos ciudadanos frente a la minería en por lo menos 12 provincias; en Ecuador, la protesta local ante la minería sigue creciendo; y en Bolivia, poco tiempo atrás finalizó una marcha indígena en defensa de un parque nacional y ya se anuncia una nueva movilización. En estos mismos países, los gobiernos progresistas alientan el extractivismo, sea amparando a las empresas que lo hacen (estatales, mixtas o privadas), ofreciendo facilidades de inversión o reduciendo las exigencias ambientales. Los impactos sociales, económicos y ambientales son minimizados. Los gobiernos en unos casos enfrentan la protesta social, en otros la critican ácidamente, y en un giro más reciente la criminalizan, y han llegado a reprimirlas.


La contradicción entre un desarrollo extractivista y el bienestar social acaba de alcanzar un clímax en Perú. Allí, el gobierno de Ollanta Humala decidió apoyar al gran proyecto minero de Conga, en Cajamarca, a pesar de la generalizada resistencia local y la evidencia de sus impactos. Esto generó una crisis en el seno del gabinete, la salida de muchos militantes de izquierda del gobierno, y una fractura en su base política de apoyo. El gobierno se alejó de la izquierda al decidir asegurar las inversiones y el extractivismo.

Posiblemente el caso más dramático está ocurriendo en Uruguay, donde en unos pocos meses, el gobierno de José Mujica está decididamente volcado a cambiar la estructura productiva del país, para volverlo en minero. Se propicia la megaminería de hierro, a pesar de la protesta ciudadana, sus impactos ambientales y sus dudosas ventajas económicas. Paralelamente, se acaba de aprobar un controvertido puente en una zona ecológica destacada, cediendo a los pedidos de inversiones inmobiliarios, y por si fuera poco, ahora amenaza con desmembrar el Ministerio del Ambiente. El gobierno Mujica no está rompiendo promesas de compromiso ambiental, ya que la coalición de izquierda es un caso atípico donde en su programa de gobierno carece de una sección en esos temas, sino que deja en claro que está dispuesto a sacrificar la Naturaleza para asegurar las inversiones extranjeras.


Estos son sólo algunos ejemplos de las actuales contradicciones de los gobiernos progresistas. Estas resultan de estrategias de desarrollo de intensa apropiación de recursos naturales, donde se apuesta a los altos precios de las materias primas en los mercados globales. Su macroeconomía está enfocada en el crecimiento económico, atracción de inversiones y promoción de exportaciones. Se busca que el Estado capte parte de esa riqueza, para mantenerse a sí mismo, y financiar programas de lucha contra la pobreza.


Bajo ese estilo de desarrollo, la izquierda gobernante no sabe muy bien qué hacer con los temas ambientales. En algunos discursos presidenciales se intercalan referencias ecológicas, aparece en capítulos de ciertos planes de desarrollo, y hasta hay invocaciones a la Pacha Mama. Pero si somos sinceros, deberá reconocerse que en general las exigencias ambientales son percibidas como trabas a ese crecimiento económico, y que por ellos se las considera un freno para la reproducción del aparato estatal y la asistencia económica a los más necesitados. El progresismo se siente más cómodo con medidas como las campañas para abandonar el plástico o recambiar los focos de luz, pero se resiste a los controles ambientales sobre inversores o exportadores.


Se llega a una gestión ambiental estatal debilitada porque no puede hincarle el diente a los temas más urticantes. Es que muchos compañeros de la vieja izquierda que ahora están en el gobierno, en el fondo siguen soñando con las clásicas ideas del desarrollismo material, y están convencidos que se deben exprimir al máximo las riquezas ecológicas del continente. Los más veteranos, y en especial los caudillos, sienten que el ambientalismo es un lujo que sólo se pueden dar los más ricos, y por eso no es aplicable en América Latina hasta tanto no se supere la pobreza. Tal vez algunos de esos líderes, como Lula o Mujica, llegaron muy tarde a ocupar el gobierno, ya que esa perspectiva es insostenible en pleno siglo XXI.

¿Estas contradicciones significan que estos gobiernos se volvieron neoliberales? Por cierto que no, y es equivocado caer en reduccionismos que llevan a calificarlos de esa manera. Siguen siendo gobiernos de izquierda, ya que buscan recuperar el papel del Estado, expresan un compromiso popular que esperan atender con políticas públicas y generar cierto tipo de justicia social. Pero el problema es que han aceptado un tipo de capitalismo de fuertes impactos ecológicos y sociales, donde sólo son posibles algunos avances parciales. Más allá de las intenciones, la insistencia en reducir la justicia social a pagar bonos asistencialistas mensuales los ha sumido todavía más en la dependencia de exportar materias primas. Es el sueño de un capitalismo benévolo.


Parecería que el progresismo gobernante sólo puede ser extractivista, y que éste es el medio privilegiado para sostener al propio Estado y enfrentar la crisis financiera internacional. Se está perdiendo la capacidad para nuevas transformaciones, y la obsesión en retener los gobiernos los hace temerosos y esquivos ante la crítica. Esta es una izquierda al fin, pero de nuevo tipo, menos roja y mucho más progresista, en el sentido de estar obsesionada con el progreso económico.


Este tipo de contradicciones explican el distanciamiento creciente con ambientalistas y otros movimientos sociales, pero también alimentan la generalización de una desilusión con la incapacidad del progresismo gobernante en poder ir más allá de ese capitalismo benévolo. Muchos recuerdan que en un pasado no muy distante, cuando varios de estos actores estaban en la oposición, reclamaban por la protección de la Naturaleza, monitoreaba el desempeño de los controles ambientales, y apostaban a superar la dependencia en exportar materias primas. Esas viejas alianzas rojo–verde, entre la izquierda y el ambientalismo, se han perdido en prácticamente todos los países.


Llegados a este punto, es oportuno recodar que, desde la mirada ambiental, se distingue entre los temas “verdes”, enfocados en áreas naturales o la protección de la biodiversidad, y la llamada agenda “marrón”, que debe lidiar con los residuos sólidos, los efluentes industriales o las emisiones de gases. La mirada verde apunta a la Naturaleza, mientras que la marrón debe enfrentar los impactos del desarrollismo convencional.


Bajo este contexto, el progresismo gobernante en América del Sur se está alejando de la izquierda roja y al obsesionarse cada vez más con el progreso, se vuelve una “izquierda marrón”. La “izquierda marrón” es la que defiende el extractivismo o celebra los monocultivos. Frente a esa deriva, la tarea inmediata no está en la renuncia, sino en proseguir las transformaciones para que la izquierda sea tanto roja como verde.



Eduardo Gudynas es investigador en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social).


Extractivismo, segunda fase del neoliberalismo - Raúl Zibechi

Conferencia dada en el Encuentro de los Pueblos del Abya Yala por el Agua y la Pachamama


Cuenca- Ecuador

Crisis civilizatoria


Raúl Zibechi 

Uruguay
21 de junio del 2011



Muchas gracias. Buenos días, a todos y todas. Una enorme alegría estar aquí compartiendo con todos de los compañeros y las compañeras de diferentes pueblos y diferentes países. 

Todos unidos por lo mismo, por resistir, por no dejarnos, por no ser serviles ante los poderosos,  se vistan del color que se vistan esos poderosos. Entonces, un saludo rebelde, un saludo revolucionario a todos los pueblos de América Latina que luchamos contra el extractivismo y contra la dominación. 


Voy hablar brevemente sobre el extractivismo: 


Tenemos dos formas de vidas simultáneas, que no son de vida las dos, no. Son dos modos de ser opuestos y antagónicos hoy:
Un modo que es la especulación y otro que es la producción. La especulación es muerte, es robo, es destrucción, es capital, es capitalismo, es extrativismo, es minería, son monocultivos, es producción de mercancías y es producción de pobreza, y es también, de eso voy a hablar, militarización, genocidio. Finalmente estamos lo que le apostamos a la vida, a la necesidad de crear todos los días nuestros alimentos, nuestras formas sobrevivir, pero también nuestros sueños y nuestra esperanza. Lo hacemos en colectivo en comunidad, en minga como podemos y como aprendimos a hacerlo. 


Lo primero que quiero abordar. ¿Por qué hoy tenemos un modelo del extractivista? ¿Por qué hoy la minería a cielo abierto? ¿Por qué hoy la explotación de la tierra? ¿Por qué hoy la forestación, es lo que tenemos en el sur yo vengo de Uruguay, para fabricar celulosa? ¿Por qué la soja, la palma? Etcétera. 

Bueno, vivimos, yo creo, en una segunda fase del neoliberalismo. La primera fase fue en los noventa, ustedes la vivieron, y contra ella, aquí en Ecuador, hicieron varios levantamientos. Fue la privatización. El neoliberalismo aterrizó en  América Latina privatizando, robando, destruyendo el estado apropiándose de todo ello que habían construido los pueblos, y que una parte eran grandes empresas estatales. Esta etapa se terminó  más o menos en el año 2000. No se terminó porque sí, la terminamos nosotros con las resistencias hubo decenas de levantamientos populares en toda América Latina, desde México hasta el sur de la Patagonia. Aterriza ahora, una segunda fuerza, una segunda etapa neoliberal, que es esta que llamamos extractivismo, que ya lo estamos sufriendo en estos momentos. 


Hoy tenemos un cambio fundamental en el mundo. Es la crisis del centro. El mundo se ordenó entorno al centro y las periferias. Las periferias ósea los países del sur éramos explotados y nuestras riquezas iban a engrosar las riquezas del norte.  Hoy eso cambió, ya no puede seguir siendo así. 
Hoy los países del centro están atravesando una crisis muy fuerte, con ello está en crisis la producción.  Hoy el capital no le interesa la producción como forma principal de la acumulación. Y no le interesa la producción por algo que me parece que tenemos que comprender a fondo. La producción es el espacio, producción rural, campesina, comunitaria, fabril, urbana,  porque la producción es donde hay seres humanos, personas, hombres y mujeres. Y en ese lugar “los de abajo” aprendimos a resistir, a organizarnos, de modo que le dificultamos al capital la explotación, la apropiación de plusvalía, de plus valor. Entonces hoy están abandonando la producción y están intentando acumular en la especulación, en las finanzas y en esto que es estractivismo. 


Los de abajo no nos dejamos porque hubo hecho las haciendas, en las fábricas, en las ciudades y en los campos. Entonces el capital subió un escalón y se convirtió en capitán especulativo se especula con el oro, se especula con la plata, con la tierra, con el agua, ósea se especula con la vida. Hoy en día los productos que se más valorizan son: los minerales preciosos, ósea oro, plata, etc., y los alimentos. Ósea hay una especulación pero con la vida. Esto quiere decir que al capital, al dar ese salto a otro lugar, lo que le está afectando es la gente.


Nosotros los seres humanos somos un estorbo para la acumulación del capital. Y eso tenemos que tenerlo, a mi modo de ver, muy claro porque independientemente de quienes estén en los gobiernos si no  modifican esto van a seguir haciendo trabajo para poderosos. Este modelo, en segundo lugar tiene una cantidad de problemas. Yo los voy a enumerar nada más porque ustedes los sufren y los viven a diario y es parte del modelo. 

En primer lugar: No hay extractivismo, no hay minería, no hay soja, no hay monocultivos sin militarización de la sociedad… Esto no es que sea un error, la militarización, es parte de modelo. No hay minería a cielo abierto, mega minería sin militarismo. Uno puede no verlo en la ciudad de donde vive, si vive en la ciudad, pero si se acerca un poco verá un entorno cada vez más militarizado. Y  en Paralelo a, la militarización va la criminalización de las protestas, que les voy a decir a ustedes aquí que tienen creo que alrededor de 200 personas criminalizadas por defender la tierra y defender la comunidad.


En segundo lugar genera una creciente polarización  social y económica. Esto es muy perverso porque la minería, o la soja, los monocultivos, como sea la cara del modelo en los diferentes países siempre genera esta polarización social. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada más pobres. Y esto es muy perverso y muy terrible. Los gobiernos sobre todo los llamados progresistas intentan esa polarización aminorarla o contenerla con las políticas sociales, No es casualidad que solo en Brasil haya cincuenta millones personas que reciben el Plan Bolsa Familia, el Plan Hambre cero. ¿Por qué? Porque no hay extractivismo sin políticas sociales, ósea sin dar migajas a los pobres para evitar el estallido social. No es que detrás de estas políticas sociales haya un interés en justicia social, en hacer un reparto de bienes, en que la desigualdad sea menor, no, lo que hay es solamente un interés en que la gente tenga lo mínimo para que no se revele. Por eso las políticas sociales siempre van  acompañarlas con una enorme cargar de la publicidad, de discurso para la aminorar la protesta. Y cuando hay protesta, criminalización. Estamos entrando en una fase en varios países, yo diría en casi todos los de Sudamérica por lo menos, en la cual ni siquiera las políticas sociales y la criminalización que van juntas son capaces de frenar la protesta, entonces creo que en los próximos años vamos a ver un repunte de la protesta, ya  hay algunos elementos de eso en Bolivia fue muy claro en diciembre con el gasolinazo, en Argentina hay elementos claros de que se está desbordando las políticas sociales, los hermanos mapuches en Chile estos días también lo están haciendo. Y por supuesto, destruye la vida, destruye la naturaleza, contamina. Quizá la contaminación es lo primero que vimos y nos resistimos al modelo porque es inocultable la contaminación, que durante todo el tiempo focalizamos nuestra crítica en el tema ambiental que es muy importante, pero creo que hoy es necesario ampliar el debate a todos los demás aspectos que he mencionado. 


¿Qué es esto? Esto es un nuevo colonialismo. Un colonialismo distinto al que hicieron los españoles, pero colonialismo al fin. Creo yo, no hay ningún documento ni del Banco Mundial, ni del Fondo Monetario, ni de ningún gobierno que diga cuál es el proyecto sociedad que tienen. Pero si nosotros vamos viendo que tienen reservado para nosotros, podemos intuir que detrás de esto, de este proceso extractivo, neocolonial hay un proyecto de sociedad que se está aplicando, ese proyecto de sociedad condena a los pobres primero que nada a seguir siendo pobres.
En segundo lugar, a vivir en los peores lugares, ambientalmente hablando, geográficamente hablando, en las ciudades en los márgenes de los arroyos contaminados, en el campo en los lugares de peor calidad de tierras, en las alturas o en lugares donde no pueden sobrevivir los campesinos y los indígenas.


En tercer lugar en la medida en que  se apropian de los bienes comunes como el agua, están condenados no a vivir sino a sobrevivir en condiciones cada vez, peores. 


En cuarto lugar, a esos pobres, este es un proyecto que es muy avanzado en las ciudades, se los aísla en lugares amurallados, en muros, dentro de muros. Aislados de modo que para salir tengan que pedir permiso a la policía o a la autoridad. Ósea la pobreza que es más de la mitad de la humanidad del sur, tiende a ser encerrada y vigilada rigurosamente… Entonces creo que este es el proyecto del capital en esta etapa y creo que tenemos que tenerlo claro, no para que nos angustie ni nos agobie, sino para pensar que delante nuestro hay un proyecto genocida, un proyecto de exterminio, hoy los seres humanos, repito lo que dije al principio, somos un obstáculo para la acumulación de la riqueza por parte de las clases oligárquicas. Antes en la época fabril o en la época del campesinado, la fabrica y el cultivo de la tierra era a través de lo que los explotaban, el obrero trabajaba 8, 10 horas y el capitalista tenía una ganancia de su trabajo, lo mismo el intermediario o el dueño de la hacienda en el campo. Hoy en día ya no funciona esto, ya ellos no se enriquecen con nuestro sudor, se enriquecen especulando, y este viaje que ha hecho el capital, este cambio estratégico que ha hecho el capital es lo que nos condena a nosotros a muerte. 


Entonces tenemos que asumir que ese es el proyecto de ellos para elaborar y para potenciar nuestro proyecto. Que no puede ir de la mano ni del proyecto de ellos, por supuesto el proyecto económico es la minería, la soja, etc. Ni si siquiera del proyecto político de ellos, focalizado a mi modo de ver en los estados-nación. Los estados son hoy un mal menos que para algunas cosas nos sirven y a mi modo de ver nos crean muchos problemas.

Si pudiera decir en que parte del mundo este proyecto está más avanzado diría, hoy en Palestina. El proyecto de ellos es que vivamos todos en algo similar a lo que es la Franja de Gaza, que es una pequeña franja donde a un lado está el mar y donde la marina impide que lleguen barcos con ayuda humanitaria para los palestinos que viven en la Franja de Gaza y del otro lado un cerco militarizado, hay que hacer horas de cola para poder salir de ahí y no hay agua, no hay electricidad y está todo racionado.


Tenemos que resistir y tenemos que armar nuestro proyecto de vida desde esos lugares, desde lo que fue para los nazis los campos de exterminio, y aprender a vivir de este modo y aprender a resistir de este modo y sobre todo aprender a revelarnos desde estos lugares, supone un par de cosas que quisiera finalizar mencionándoles.


En primer lugar la rebelión tiene que ser preparada y tiene que ser cuidadosamente organizada, ¿qué quiere decir con esto? Que no podemos permitirnos el lujo de, cuando se dé una ocasión de rebelarnos, equivocarnos. Y menciono la rebelión en primer lugar porque aunque podamos utilizar el estado o las elecciones u otros instrumentos para levantar nuestras demandas, en lo fundamental no es por ese camino como nos vamos a emancipar, sino es a través de la rebelión, esa es la primera cuestión, pensar que la única forma que tenemos de neutralizar, de echar abajo este modo de dominación es a través de la rebelión. Ustedes desde el levantamiento del Inty Raymi en 1990 tienen muchas experiencias de rebeliones  ya han logrado frenar muchos de los planes del modelo neoliberal en este país, es un ejemplo y hay otros ejemplos en América latina, en Bolivia, en Argentina en Perú, el más reciente fue la impresionante revuelta Bagua en la selva peruana. 



En segundo lugar la relación entre nosotros, entre los de abajo es mucho más importante que la relación con el de arriba. Es inevitable por nuestra cultura, por la trayectoria, por los países en que  vivimos que tengamos relaciones con el aparato estatal, como no tenerlas, pero en nuestras cabezas, en nuestros programas, en nuestros planes de trabajo el vínculo entre los de abajo es lo fundamental. Hay que crear comunidad incluso ahí donde no hay comunidad y el desafío principal hoy es crear comunidades resistencia en las regiones urbanas, que es la clave del futuro, entonces para terminar, no hay futuro sino resistimos, no hay futuro sino nos rebelamos, pongámonos a trabajar con conciencia, con seriedad, con dedicación para que las rebeliones del futuro que inevitablemente vendrán, serán emancipatorias, sean un éxito y no un fracaso. 

Muchas gracias