martes, 1 de julio de 2014

Nuestro ogro filantrópico


Por José Natanson
Le Monde Diplomatique, Argentina

No es posible, en sociedades complejas como las nuestras, identificar un solo gran problema: la vida contemporánea, enmarañada por naturaleza, está atravesada por miles de cuestiones irresueltas. Sin embargo, con la distancia que da el tiempo es posible aislar, en cada momento histórico, un problema que por su gravedad opaca al resto y alrededor del cual gira el debate público, y que una vez solucionado deja su lugar a otro, no menos acuciante. Si en los 80 era la recuperación de la democracia y la consolidación de instituciones políticas estables, si en los 90 la preocupación pasaba por reducir la inflación y construir una moneda duradera, y si al comienzo del nuevo siglo, cuando la izquierda comenzó a expandirse como una mancha de aceite por la región, la atención estaba enfocada en la dimensión social, mi tesis para América Latina –formulada con cautela pues se trata de una tendencia incipiente– es que el problema central hoy radica en la provisión de servicios públicos urbanos.

El estudio del Latinobarómetro, que todos los años releva las principales preocupaciones de la región, viene registrando un aumento de la insatisfacción con los servicios públicos, comenzando por el más básico de todos: la seguridad. En efecto, el análisis de la serie histórica demuestra que antes del giro a la izquierda, en 2002/2003, el ranking estaba encabezado por el desempleo (29 por ciento) y que últimamente ha sido superado por la inseguridad (24 por ciento). Quitando las cuestiones estrictamente económicas, los latinoamericanos no creen que los principales problemas sean el autoritarismo (como seguramente hubieran señalado en los 80) ni la corrupción (como podría suponerse de la lectura de la prensa) sino la delincuencia, la educación, la salud y –gran novedad– el transporte (1).

Este malestar difuso se complementa con la evidencia, ésta sí bien concreta, en el sentido de una multiplicación de estallidos ciudadanos, entre los que sobresalen las marchas de los estudiantes chilenos de 2010/2012, las manifestaciones convocadas el año pasado en Brasil en rechazo al aumento de la tarifa de transporte y los reclamos masivos contra la inseguridad concretados en prácticamente todos los países de la región, incluyendo desde luego a Argentina. Las quejas por la ineficiencia de los servicios de salud llevaron a algunos países, como Venezuela y Brasil, a recurrir a médicos cubanos. Pero más allá de cada caso y excluyendo de la lista a los episodios recientes de Venezuela, que por su escalada ultraviolenta y el tipo de régimen merecen un tratamiento aparte, y quitando también los reclamos contra diferentes actividades extractivas, sobre todo en países que experimentan auges mineros como Perú, que también exigen una consideración especial, no parece exagerado afirmar que estamos ante una nueva “onda larga” de conflictividad, diferente a la beligerancia social que marcó el fin del ciclo neoliberal, más dispersa y carente de articulación política y centrada esta vez en los servicios públicos.

Motivos

Una primera causa posible reside en los éxitos de los procesos de inclusión impulsados por los gobiernos de izquierda, que al elevar el piso de la expectativa social atenuaron la urgencia de los reclamos básicos de alimentación y empleo y potenciaron nuevas demandas. El transporte, por citar sólo un caso, no será lógicamente motivo de preocupación si una persona se encuentra desempleada, pero empieza a tornarse insoportable si tiene que trasladarse todos los días al centro de una ciudad de quince millones de habitantes, en hora pico y en un tren construido antes de la Segunda Guerra Mundial. Del mismo modo, las políticas sociales con contraprestación, como el Bolsa Familia brasilero o la Asignación Universal argentina, incrementaron la presión sobre los sistemas de educación y de salud, que prácticamente de un día para el otro se vieron obligados a atender a un sector de la población antes excluido. La clase media latinoamericana, que según datos del Banco Mundial se expandió un 50 por ciento en la última década (2), exige nuevas respuestas que, consecuencia de esta “crisis de crecimiento”, ya no pasan tanto por la vitalidad de la demanda social como por la capacidad del Estado para satisfacerla. En la rústica expresión de esas almas simples que son los economistas, un problema por el lado de la oferta.

En este sentido, hay que señalar que los reclamos recientes no se sitúan necesariamente en los países más pobres de la región ni en las zonas más castigadas o alejadas de los centros nacionales, sino en las grandes metrópolis. El caso brasilero es interesante: la protesta contra el aumento de la tarifa del transporte, a la que luego se sumaron otras demandas, comenzó en San Pablo y no en, digamos, Recife o Fortaleza (el altísimo nivel de adhesión con que cuenta el gobierno del PT en el nordeste brasilero probablemente contuvo los reclamos en la zona más pobre del país, lo que abre un campo de comparación sugerente con realidades aparentemente muy distintas, como la boliviana: se trata en ambos casos de liderazgos de fuerte identificación popular –Lula y Evo– que supieron combinar la inclusión simbólica del “gobierna uno de nosotros” con la inclusión material de las políticas de transferencia de renta, en el marco de una macroeconomía que, a diferencia de Venezuela o Argentina, fue manejada con mano de hierro ortodoxa; en otras palabras, el piso del cual partieron, la miseria medieval del nordeste brasilero o del altiplano boliviano, era tan bajo que habilitó un modelo en cierto modo “más fácil” que el de los países con tradición de clase media).

Pero no nos desviemos. Lo que quiero plantear aquí es que la ola de manifestaciones en rechazo a la decepcionante performance de los servicios públicos no se origina en las clases más bajas ni en las zonas más atrasadas sino en los sectores medios o medios-bajos de las ciudades modernas, lo que remite a su vez a la tesis de la “trampa del desarrollo medio”: la idea de que es posible superar el atraso secular (altiplánico o nordestino o, digamos, chino), pero que es mucho más difícil pegar el salto que separa los estadios intermedios de desarrollo de las puertas doradas del Primer Mundo.

En una mirada más cotidiana, los reclamos se explican por un doloroso contraste: por un lado, las condiciones de vida de los latinoamericanos han mejorado notablemente como resultado de la reducción del desempleo y el acceso a bienes de consumo, incluyendo bienes de consumo durable como electrodomésticos, a lo que habría que sumar un aspecto inmaterial pero que también forma parte de los avances de estos años: la mejora de la convivencia entre varones y mujeres y la mayor tolerancia a la diversidad habilitada por las políticas de género, salud reproductiva y protección de las minorías sexuales. Y, frente a estos progresos, las deficiencias del sistema de salud, la baja calidad de la educación pública, el caos del transporte y la posibilidad para nada incierta de ser acuchillado a la vuelta de la esquina. En otras palabras, la idea es que mejoró la calidad de vida de las personas dentro de su casa pero no fuera de ella.

Detrás de esta realidad se esconde un problema cuyo origen puede remontarse a los inicios de la Revolución Industrial: el desajuste entre el proceso de crecimiento económico (asociado a la expansión industrial) y el de urbanización (entendido no sólo como la migración del campo a la metrópoli sino como la “construcción de ciudad” en sentido amplio), cuyo reflejo literario más famoso son las desoladoras páginas finales de Tiempos difíciles (3). La inédita etapa de crecimiento económico y aumento del consumo que atraviesa América Latina después del estancamiento desindustrializante de los 90 está haciendo colapsar los servicios públicos y pone en riesgo la sustentabilidad urbana: pareciera que la ciudad, que nació como refugio frente a las inclemencias de la naturaleza y el feudalismo, como un ámbito de convivencia y movilidad social, se hubiera convertido en una amenaza: la sensación, tan angustiante como letal para la construcción del espacio público, de que sólo estamos verdaderamente seguros cuando cerramos la puerta.

Un Leviatán ahí

La edición especial de Le Monde diplomatique que el lector tiene en sus manos desarrolla estas y otras cuestiones desde una mirada que busca enfocar panorámicamente la realidad latinoamericana actual, entre el necesario balance del giro a la izquierda y la urgencia por comprender el desafío –político y geopolítico– de una nueva derecha: edulcorada, enmascarada y presentable, pero derecha al fin. Los textos que integran este número, escritos por periodistas, académicos y analistas de distintos países, abordan los principales temas del debate latinoamericano actual y dejan la impresión de un cierto amesetamiento, que está lejos de marcar el final del ciclo progresista pero que también está lejos de las tal vez desmesuradas expectativas iniciales.

En el centro de todo esto se encuentra, una vez más, el Estado, que como sucede con las madres de las familias numerosas es el nudo donde se concentran todas las demandas, todas las quejas, todas las angustias. En La protesta social en América Latina, el trabajo coordinado por Fernando Calderón que constituye el estudio más exhaustivo sobre las manifestaciones callejeras de la última década (4), se llega a la conclusión de que el 70 por ciento de los conflictos registrados en la región no tienen como eje al sector privado (por ejemplo una empresa) ni a una entidad extra-nacional (el FMI o la Embajada de Estados Unidos) sino a nuestro viejo y castigado Leviatán, ese “ogro filantrópico”, según la afilada expresión de Octavio Paz, que es el principal sujeto de nuestros reclamos pero todavía el único capaz de ofrecer una respuesta.

Notas
1. La información está disponible en www.latinobarometro.org
2. Banco Mundial, “La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina”. En el informe se sostiene que Argentina y Brasil son los países en los que más se expandieron los sectores medios.
3. Charles Dickens, Tiempos difíciles, Alianza Editorial.
4. Fernando Calderón Gutiérrez, La protesta social en América Latina, Cuadernos de Prospectiva Política 1, PNUD-PAPEP-Siglo XXI.

EDICIÓN ESPECIAL: FRACTURAS EN AMÉRICA LATINA

Edición Nro 179 - Mayo de 2014

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