Notas críticas sobre “América Latina en la geopolítica
del imperialismo” de Atilio Borón
Neblina sobre los horizontes post-extractivistas: ¿no
hay alternativas?
Emiliano Teran Mantovani
Rebelión
Recientemente,
el Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2012 ha sido asignado a Atilio
Borón, por su obra «América Latina en la geopolítica del imperialismo». En esta
obra, Borón presenta el panorama de crisis general del capitalismo, la estrategia
imperialista de los Estados Unidos, y la significación de América Latina en
este contexto. Las múltiples manifestaciones del caos sistémico, producto de la
crisis civilizatoria en la que estamos inmersos, van de la mano con profundos
reordenamientos geopolíticos y movimientos en el “tablero mundial” ―al momento
de escribir esta nota, la administración
Obama se encontraba evaluando sus opciones militares en la guerra civil que
está devastando a Siria―, por lo que los debates abiertos en este libro son evidentemente
fundamentales para la región.
Hay un debate
medular en el cual nos vamos a centrar, y es el que se refiere al papel que
juegan y pueden jugar los gobiernos, pueblos y movimientos sociales en América
Latina tanto en los procesos de transformación que se han vivido en la región,
como en la propia geopolítica del imperialismo. Es resaltante notar, cómo la
crítica al extractivismo, al concepto de desarrollo, y la propuesta de
alternativas al mismo, que pasan también por la discusión sobre el Buen
Vivir, han calado al punto de hacerse referentes en el debate regional. En
la propia Declaración de Jefes de Estado del ALBA, en Guayaquil el 30 de julio
de 2013, se hace evidente que esta disputa ideológica ha crecido en
importancia, llevando a plantear explícitamente el rechazo a “la posición extremista de
determinados grupos que, bajo la consigna del anti-extractivismo, se oponen
sistemáticamente a la explotación de nuestros recursos naturales”[1].
No es de
sorprender que el texto premiado de Atilio Borón se inserte en esta disputa,
dedicándole al menos dos capítulos (6 y 7) en su obra, y planteando lo que
considera las limitaciones del “pachamamismo”, de los críticos del
neoextractivismo y de los teóricos de las alternativas al desarrollo. Reconoce
el enorme problema de los límites del planeta y la necesidad de reformular los
principios epistemológicos de la izquierda y los sectores anticapitalistas. No
obstante, en la misma medida intenta desarmar las alternativas al desarrollo,
sumergiéndolas en un horizonte donde no se avizoran posibilidades, cerrando
nuevamente el círculo del sistema y bloqueando sus grietas básicamente con
interrogantes y algunas ambigüedades. Parece que pasamos de un callejón sin
salida a otro.
La dicotomía pachamamismo
vs extractivismo planteada por Borón, supone dos cosas:
- la
primera, es la construcción de un escenario en el cual toda crítica al
extractivismo deviene en pachamamismo, una suerte de sujetos fundamentalistas,
obcecados, impacientes y carentes de alternativas, que colocan sin negociación
la defensa ambiental por encima de todo, y que ponen a los gobiernos
progresistas entre la espada y la pared con sus peticiones. Esta tipificación
maniquea[2] apunta hacia una especie de deslegitimación de toda
vocería de estas posturas, a la vez que disuelve la amplitud, la riqueza y la
diversidad de la crítica al extractivismo;
- la segunda,
deviene en que la alternativa al extractivismo, su “contrapropuesta”, es por lo
tanto inviable para el presente, por lo cual esta se posterga.
Si Borón
considera plausibles buena parte de las críticas de los teóricos del
neoextractivismo, y que “sus argumentos quedan reducidos a una atractiva
retórica pero desprovista de reales capacidades de transformación social”[3], entonces debemos rastrear esos límites que expone el autor
que hacen que para éste, sean inviables las propuestas de alternativas al
desarrollo en la realidad. La pregunta clave sería, ¿cómo estamos pensando esos
desafíos para apuntar a una transición hacia modelos post-extractivistas?
Proponemos la discusión a partir cinco puntos resaltantes profundamente
entrelazados, problematizando los límites boronianos a los planteamientos anti
y post-extractivistas:
a) “Primero
hay que hacer una revolución socialista”
Para Borón,
los “pachamamistas” y los críticos del desarrollo plantean impulsar el sumak
kawsay en un solo país[4], lo cual no es necesariamente cierto. El investigador
argentino toma para la crítica a varios autores, siendo uno de sus principales
objetivos Eduardo Gudynas. Gudynas ha expuesto que: “La propuesta de
desarrollo postextractivista no puede hacerse en solitario, y requiere ciertos
niveles de coordinación dentro de América Latina, o al menos con los países
vecinos. Esas negociaciones llevan su tiempo, e implica que varios países
lleven ritmos similares en sus procesos de cambio”[5]. En todo caso, para que se pueda impulsar ese Buen
Vivir, Borón se plantea:
¿Podrá
lograrse tal cosa en ausencia de una profunda revolución social? Una de las
críticas que pueden formularse a quienes (como Eduardo Gudynas y tantos otros)
pregonan la necesidad de llegar primero a un extractivismo “sensato” ―es decir,
que para 2020 no supere el 30% de las exportaciones de nuestros países― reside
precisamente en la debilidad de una argumentación a favor de una racional y
cuidadosa apropiación de los recursos naturales liberada de los
condicionamientos y limitaciones que plantea el capitalismo, y su modelo de
consumo, en su actual fase imperialista. Estamos de acuerdo en la meta, pero
para ello nos parece que es necesario hablar de ―¡y hacer!― una revolución
socialista. Dentro del capitalismo tal solución es inviable[6].
Hay en este
planteamiento una especie de visión mecanicista, una linealidad newtoniana que
propone la existencia de etapas puras, discontinuas unas de otras. Puesta así,
la revolución aparece con un comienzo de cero ―¡ya no hay más capitalismo!―,
como un crack, comotabula rasa. Aparece cosificada como algo
trascendental, pero no considerada como un proceso molecular. Sin embargo, al
analizar la propia obra de Marx, se muestra cómo el proceso de acumulación
originaria fue un proceso germinal, en el cual iban naciendo y estructurándose formas
de producción y de relaciones capitalistas en el seno de la agonizante sociedad
feudal, siendo que el último episodio de la consolidación del capitalismo en
Europa ―¡y no el primero!― fue la Revolución Francesa, a la que Marx llamó la “escoba
gigantesca que barrió todas las reliquias de tiempos pasados”[7].
Para Borón,
solo una vez consumado el proyecto socialista sería posible salvar a la Madre
Tierra. Esta idea revolucionaria, a nuestro juicio capitalocentrista, etapista
y trascendental, nos remite constantemente a lugares y tiempos inexistentes. La
construcción de un mundo post-capitalista debe ser un proceso germinal
construido desde el ahora. La idea planteada en Venezuela por el presidente
Chávez sobre el impulso a las Comunas como base del Socialismo del Siglo XXI,
con sus contradicciones, intenta apuntar en esa dirección. Las luchas
territoriales en todo planeta son procesos que reflejan estas tensiones y
contradicciones. El propio Borón plantea, que la socialización, como proceso de
empoderamiento popular es un “proyecto por el cual se acaba con el
despotismo del capital mientras se va instituyendo el autogobierno de los
productores”[8]. El problema es que el mantener el extractivismo como modelo,
y peor aún, intensificarlo, al contrario que abrir este proceso, lo aprisiona.
En la medida
en que se ensancha el Estado rentista, este tiende a expandir cuantitativa y
cualitativamente su relación clientelar con los sujetos, a extender la
modernidad capitalista a nuevos territorios, subsumiendo y disolviendo
comunidades, saberes, culturas y economías ancestrales, y a desestimular
poderosamente las economías productivas. Son significativos los debates que se
dan actualmente en Venezuela entre movimientos sociales, organizaciones
populares y comuneros, quienes reconocen los enormes desafíos que produce la
cultura rentista en términos de desmovilización social y de conciencia
consumista e individualista[9]. No hay motivos para pensar que más extractivismo nos puede
abrir el camino hacia ese proceso revolucionario constitutivo.
b)
Extractivismo, “desarrollo” y la pobreza capitalista
Una de las
críticas de Borón a los que ha denominado los “pachamamistas”, consiste en que
estos plantean oposición al extractivismo y al desarrollo, pero no dicen de
donde vendrá el dinero para construir esa nueva y buena sociedad. Plantea como
poco razonable proponer un “no desarrollo” ante la pobreza, hambre y miseria
social, al tiempo que afirma
¿hasta qué
punto podríamos estar autorizados a exigirle a los países que, no por propia
voluntad, sino a causa de la dominación imperialista quedaron sumidos en el
atraso y el subdesarrollo, que se resignen a permanecer en esa situación, o tal
vez conformarse con un módico progreso, pero a años luz de los niveles de vida
de los países que se beneficiaron durante siglos del despojo colonial?[10]
Lo cierto es
que con la llegada de los gobiernos progresistas en América Latina, los índices
de pobreza han disminuido notablemente, lo cual, aunque no haya resuelto el
problema de fondo, se trata de un muy importante incremento del bienestar
básico de una buena cantidad de personas que habían sido excluidas del sistema
socioeconómico.
A pesar de
esto, estamos hablando de la cobertura de las necesidades básicas de los
ciudadanos por la vía de la redistribución de una renta, fundamentada en un
modelo insostenible en el mediano plazo, que tiende a hacerse cada vez más
dependiente y vulnerable en términos sistémicos, y que a partir de una contabilidad
distorsionada, va destruyendo otros valores que suelen ser invisibilizados
(ecológicos, económicos, culturales), lo cual deja el verdadero “saldo de vida”
en negativo (una verdadera pobreza).
El
mantenimiento y la profundización del extractivismo y el “desarrollo”
supondrían una intensificación de nuestra inserción en la globalización
capitalista, incrementando nuestros niveles de dependencia sistémica y por ende
nuestra vulnerabilidad económica, lo cual se traduce en peligros de orden
financiero, alimentario ―el caso de Venezuela es resaltante[11]― y en general de procesos de acumulación por desposesión. La
pobreza está en estrecha relación con la propiedad ―el despojo de la
modernización capitalista apunta a la creación de los “desposeídos”―, con la
autonomía comunitaria ―la dependencia necesariamente genera pobreza, y
viceversa―, y con el acceso a los bienes comunes para la vida, y si estos son
despojados o destruidos, estamos en presencia de una pérdida de riqueza.
Es falsa la
separación entre el ambiente, lo social y lo político. La defensa ambiental no
sólo es un ejercicio cosmético, sino que se trata primordialmente de una
defensa del territorio, de la riqueza para la vida. América Latina es una
región donde se despliegan múltiples conflictos territoriales en defensa de los
bienes comunes, conflictos buena parte de ellos entre los pueblos y comunidades
contra sus propios Estados. Estos conflictos precisamente se basan en proyectos
extractivos que proponen “desarrollo” y renta, a cambio de la destrucción de
otros valores para la vida[12].
La
reivindicación de Borón de que no tenemos autoridad para exigirle a ningún
pueblo que se resigne al “atraso y el subdesarrollo” es tan comprensible como
insostenible. Por un lado, de ser esto así, ese derecho lo podrán exigir
tranquilamente los millones de pobres de China, Brasil e India, potencias
emergentes que durante mucho tiempo fueron explotadas y empobrecidas por el
imperialismo. Si esos tres países “llegaran al desarrollo”, como paradigma de
producción y consumo estandarizado por los Estados Unidos después de la Segunda
Guerra Mundial, aquí ya no habrá mucho más que discutir. Por otro lado,
¿tenemos a su vez autoridad para exigirle e imponerle a un pueblo o comunidad
un proyecto extractivo en “nombre del desarrollo”?
Hay una
especie de mito de que el dinero lo resuelve todo. Creemos que es muy
discutible que el camino para “vencer la pobreza” de los pueblos
Latinoamericanos pase por intensificar el rol extractivista de sus Estados. Hay
que revisar si los encadenamientos productivos deben ser primordialmente con el
mercado mundial o bien entre pueblos de la región. Si seguirá prevaleciendo el
mentado “desarrollo nacional” a partir de mercantilizar nuestra
naturaleza, o podremos avanzar en el impulso de la autosostenibilidad
territorial de nuestros pueblos y comunidades ―nuevamente, el proyecto de Las
Comunas propuesto por el presidente Chávez en Venezuela― desde una transición
económica y territorial post-extractivista. Se trata, en todo caso, de un
proceso de orden global.
c) La
condición extractivista del Estado periférico latinoamericano
Para Borón
está claro que las evidencias más rotundas de las lacras del neoextractivismo
surgen en países de centroizquierda como Argentina, Brasil Uruguay y el Chile
previo al triunfo de Sebastián Piñera, países que no han manifestado la menor
intención de avanzar hacia un horizonte postcapitalista. El argentino expone
que Bolivia, Ecuador y Venezuela sí han trazado este camino, planteando el
Socialismo del Siglo XXI, y cree que algunas críticas han subestimado logros
como las nacionalizaciones petroleras en Venezuela y Bolivia, junto con la
importante iniciativa del Yasuní ITT en Ecuador[13] ―a estas alturas el presidente Correa declaró el fin de
la moratoria de la explotación petrolera en esa rica área, aunque convocaría a
un referéndum popular para someter dicha decisión a la voluntad popular.
Borón
afirma que “Para América Latina, la sustentabilidad de los procesos en curso
en Venezuela, Bolivia y Ecuador es la mayor importancia”[14], lo cual consideramos correcto, pero al mismo tiempo no es
una afirmación que esté exenta de debate. La pregunta que juzgamos clave es,
¿qué es necesario para sostener estos procesos en curso?, entendiendo “proceso”
como la alianza popular-nacional en la que la propia base popular es el factor
constitutivo de la misma.
Ante
las “impacientes” críticas de los teóricos de las alternativas al desarrollo,
Borón antepone un “sobrio diagnóstico”[15], asumiéndolo como más claro ante los enormes desafíos
planteados. El problema es que la crítica al extractivismo no se trata
principalmente de la velocidad de las transformaciones en curso, sino más bien
de la preocupante dirección que están tomando las mismas en varios países de
América Latina, lo que genera un cuestionamiento a esta especie de actitud
pasiva/acrítica que parece promover el texto. Más bien surgen preguntas como,
¿es la profundización del extractivismo, promovida a partir de la expansión de
los proyectos extractivos en toda la región, una vía hacia modelos
post-capitalistas y post-extractivistas? ¿Son estos proyectos en expansión
fórmulas inevitables? ¿Son producto de la necesidad, o en cambio son más una
elección política? ¿Cuáles serán los costos de esta profundización del modelo
en términos sociales, políticos, geopolíticos, económicos y ecológicos?
Este
tipo de modelos rentistas y dependientes que caracterizan nuestros países
latinoamericanos son tan paradójicos que incluso en épocas de abundancia,
intensifican su conexión con la economía-mundo capitalista ―y por ende su
propia dependencia― y amplifican sus males endémicos, los cuales son
encubiertos por la renta como ilusión de riqueza. Hay claros signos en nuestras
economías de la llamada “enfermedad holandesa”, producto del boom de los
commodities a partir del 2004 impulsado principalmente por la demanda china. No
es producto de la casualidad que en Venezuela, en la medida en que se han incrementado
los ingresos por exportación petrolera, al mismo tiempo han crecido los niveles
de endeudamiento externo y las importaciones. Se trata de un problema
estructural.
Ante
esto, Borón parece debatirse entre una paradoja que aprueba y pero ve con
escepticismo un proceso de transición post-extractivista en los países
progresistas latinoamericanos. Borón afirma:
Cuando
los intelectuales y movimientos sociales más profundamente identificados con el
sumak kawsay hablan de “transición” están reconociendo la imposibilidad de
concebir la fulminante implantación de ese programa mediante un úkase
administrativo emitido desde Caracas, Quito o La Paz. Por consiguiente, si se
trata de un proceso que puede durar varios años, hasta décadas, solo espíritus
muy cegados pueden dejar de reconocer que hasta que este se consuma habrá una
difícil pero inevitable coexistencia entre lo viejo que no termina de morir y
lo nuevo que no acaba de nacer, para usar la expresión gramsciana (…) Pero
mientras esta novísima forma de organizar la vida económica y social de los
pueblos se instaure y consolide, la convivencia de un capitalismo extractivista
en retirada con un nuevo orden económico poscapitalista o “socialismo
biocéntrico” será inevitable. Este no surgirá por generación espontánea, sino
que será producto de prolongadas luchas populares y una férrea determinación
gubernamental[16].
Ciertamente
este escenario parece más sensato que la idea de “primero la revolución
socialista”. En todo caso, lo resaltante es precisamente cómo se allana el
camino para la puesta en marcha de ese “extractivismo en retirada”. Y para ello
es necesario, en primer lugar, una política de transición clara que juegue con
los márgenes de maniobra que actualmente poseen los gobiernos progresistas, los
cuales no son tan estrechos y limitados como nos han querido hacer pensar ―como
lo demuestra la desvinculación del FMI por parte de Venezuela; los desafíos a
la deuda externa ilegítima que planteara el gobierno de Ecuador[17]; o como lo fue en su momento la propia iniciativa de no
explotar el Yasuní ITT en ese mismo país.
Y en
segundo lugar, el despliegue de ese nuevo orden económico
poscapitalista o “socialismo biocéntrico” en el seno de nuestras
sociedades, que constituya el tránsito de la pobreza rentista a la riqueza por
apropiación de procesos. El propio Borón afirma: “Es obvio que existen pasos
que pueden darse de inmediato, pero la cuestión es calcular con esperanzado
realismo y sin abandonar para nada los ideales cuánto es lo que se puede
avanzar en la correlación de fuerzas que define los marcos de lo posible para
gobiernos como los de Bolivia y Ecuador”[18].
Ahora
bien, si el Estado es también un campo en disputa, si en una revolución no debe
morir la permanente tensión que existe entre poder constituido y poder
constituyente, entonces las movilizaciones y la crítica populares son el motor
de esos procesos de cambio radical. Han sido, son y siempre serán la fuerza
originaria de toda transformación social, capaz de desplazar la hegemonía del
capital en un espacio-tiempo determinado, así como de defender zonas liberadas
o reivindicaciones alcanzadas, y el caso de los procesos políticos
latinoamericanos no son la excepción. No hay política de transición
post-extractivista posible, ni impulso a procesos germinales post-capitalistas,
sin poder constituyente activo.
d)
Extractivismo e imperialismo
Atilio Borón,
ahora desde una postura dubitativa acerca de la transición post-desarrollista
―evidencia de algunas formulaciones no resueltas por el autor, que se expresan
desde una cierta ambigüedad―, y volviendo a la idea de la “ruptura
revolucionaria”, alerta de los peligros del imperialismo:
Todo
esto supone discutir cómo se produciría el pasaje a la nueva estrategia
alternativa al desarrollo. La respuesta de los teóricos de este modelo es que
esto ocurriría, no mediante una ruptura revolucionaria, sino a través de
transiciones que, paulatinamente, vayan imponiendo este nuevo sentido común
alternativo al progreso y al desarrollo. Pocos podrían estar en desacuerdo con
tan nobles propósitos. la cuestión, sin embargo, es: ¿cómo avanzar en estas
pacíficas transiciones en sociedades como las del capitalismo actual, dominadas
por completo por la rapacidad de la lógica de la ganancia y “acorazadas”, para
usar la expresión gramsciana, por un aparataje coercitivo y mediático que se
erige como un formidable obstáculo ante cualquier tentativa de cambio?[19]
Ciertamente
estamos inmersos no sólo en un sistema-mundo sumamente caótico y convulsionado,
sino en un entorno global de permanentes conflictos geopolíticos e importantes
reacomodos. Para Borón, el entorno geopolítico es muy comprometido, de ahí que
insista en una postura más sobria. En todo caso, el moderno sistema-mundo capitalista
ha sido un sistema en constante conflicto, intensificado cualitativa y
cuantitativamente desde el inicio de la fase imperialista a fines del siglo
XIX, cuando comenzara la verdadera repartición del mundo, por lo que un
“entorno geopolítico favorable” para iniciar un proceso emancipatorio de los
pueblos latinoamericanos no parece haber existido como tal.
Lo que sí
tenemos en la actualidad son escenarios particulares, asentados en los
escenarios histórico-estructurales: un entorno peligroso de crecientes procesos
de acumulación por desposesión; un escenario de notables reordenamientos
geopolíticos, con Estados Unidos como potencia en decadencia ―y como un “tigre
acorralado”, como lo ha llamado Immanuel Wallerstein― y tendencias a la
multipolaridad con el ascenso de los BRICS, con China a la cabeza; un entorno
de fortalecimiento regional en América Latina en términos geopolíticos; y un
entorno de movilizaciones populares también en la región, con algunos vaivenes.
La pregunta es: en síntesis, ¿es este el mejor entorno geopolítico que ha
tenido y puede tener América Latina para su emancipación en toda la historia de
la modernidad capitalista?
Es importante
resaltar que la visión que vincula al imperialismo únicamente con la idea de
una intervención militar de los Estados Unidos, resulta muy reduccionista. Esta
visión expresa en efecto, su actor principal, empleando a su vez su faceta más
agresiva; pero existen otros actores y mecanismos que operan para facilitar los
procesos de acumulación por desposesión. Entender estas complejidades permite
visualizar con mayor claridad el mapa de actores y procesos que confluyen en la
geopolítica del extractivismo en América Latina. Creemos que Borón se centró
primordialmente en esa cara más visible, en “la punta del iceberg” del
imperialismo, como la ha llamado el geógrafo marxista David Harvey[20].
Si el
imperialismo persigue solventar los desajustes que se originan en los procesos
de acumulación de capital, posicionarse y controlar determinados territorios y
recursos naturales estratégicos, y avanzar en el tablero mundial para contener
o eliminar a un potencial enemigo, existen varios mecanismos para operativizar
esto en la globalización neoliberal. De ahí que hablemos de imperialismo
cultural, que pasa tanto por controlar matrices de opinión, como los paradigmas
epistémicos para comprender la realidad ―donde el paradigma de “desarrollo” todavía
tiene gran fuerza―; un imperialismo corporativo, desde el cual las empresas
transnacionales toman control de la producción interna y desnacionalizan las
economías nacionales, aunque también se pueden contar las actuaciones
específicas de las ONGs; un imperialismo financiero, motorizado por los grandes
oligopolios bancarios y las grandes instituciones supranacionales de
“desarrollo” y fomento como el Banco Mundial; un imperialismo jurídico, que
opera por medio de las instituciones y normativas globales que enmarcan todos
los procesos estatales políticos y económicos en un esquema jurídico
mundializado en torno al capital[21]; todos estos, unidos al imperialismo militar, el más agresivo
y destructivo. Se trata pues, de un “imperialismo de mil tentáculos”,
apelando a un término que utilizó el propio Borón en el texto, aunque fuera
sólo para advertir a los gobiernos progresistas acerca de los peligros de
peones locales financiados desde el exterior, y que aparentan ser democráticos
y humanistas[22].
En la medida
en que nos insertamos más profundamente en la globalización capitalista, nos
amalgamamos más con estos múltiples dispositivos del imperialismo. El
imperialismo puede arrodillar a una nación por la vía del endeudamiento
externo, como ya pasó en varias partes del mundo con la Crisis de la Deuda de
los años 80, y como pasa en la actualidad en Grecia. La expansión del
extractivismo conlleva a crecientes niveles de endeudamiento externo en nombre
del “desarrollo”, como lo hemos mencionado antes. La invasión imperialista de
semillas transgénicas y el agronegocio pueden aniquilar la soberanía
alimentaria de un país. Favorecer el extractivismo agrario puede representar un
enorme peligro para la soberanía nacional[23].
De esta
manera, no estamos muy seguros que profundizando el extractivismo estemos
despegándonos del imperialismo. Si los Estados periféricos son vulnerables ante
estos múltiples mecanismos imperialistas, y pueden articularse con el gran
capital transnacionalizado, es fundamental la interpelación popular que
fiscalice al Estado en su accionar geopolítico, no sólo con los Estados Unidos,
sino también con China, Brasil, Rusia, entre otros. Lo más importante, es
evitar que se abran procesos de acumulación por desposesión.
Si en el
contexto de agravamiento de la crisis estructural del capitalismo histórico, el
Estado cada vez va a poder cumplir menos su función social, es fundamental que
se lleve a cabo un desplazamiento político que empodere a las organizaciones
territoriales. El proyecto político de Las Comunas funciona no sólo como
proyecto constitutivo, sino como núcleos de resistencia ante una posible agudización
de la crisis civilizatoria.
e)
Alternativas, procesos y sujetos de transformación
“América
Latina en la geopolítica del imperialismo” nos deja con escasos, sino nulos
horizontes alternativos. La pesadez y la fuerza incontenible del imperialismo
estadounidense, junto con el intento de restar fuerza y pertinencia a la
crítica al extractivismo y la formulación de alternativas al desarrollo,
pudiera tener un efecto que pasa de ser “intranquilizador” ―en palabras del
propio Borón―, a ser desmovilizador y agobiante. No se duda de la realidad en
lo que respecta a la voracidad del imperialismo estadounidense, sin embargo,
difícilmente no se tenga un efecto contraproducente en un lector que se le
traza un panorama tan oscuro, que a su vez no viene acompañado de algún
horizonte de posibilidad. Los altos niveles de caos sistémico vienen además
acompañados de altos niveles de incertidumbre ―hasta hace poco, nadie se
esperaba las revueltas sociales que se dieron en Brasil para junio de este año,
por lo que el margen de movilizaciones populares en todo el mundo tiene un
papel demasiado importante que cumplir en esta historia que aun no se ha
escrito.
Lo cierto es
que Borón soltó apenas algunas escasas y discontinuas insinuaciones
propositivas en el texto, al tiempo que curiosamente acusaba a los críticos del
extractivismo como Gudynas, de carecer de alternativas y propuestas realistas.
De hecho, Borón, en defensa del crecimiento económico en sí, propone: “Lo
que habría que hacer es garantizar, mediante un estricto control público (que
no solo quede en manos de la burocracia estatal), que las actividades
económicas respeten los derechos de la Madre Tierra y que reduzcan a un mínimo
los procesos que podrían afectar negativamente tanto a la naturaleza como a la
sociedad”[24]. Se trata exactamente del mismo tipo de alternativas y
propuestas que plantea el propio Gudynas en sus escritos: “Un primer
conjunto de medidas está basado en aplicar controles sociales y ambientales
sustantivos y eficientes sobre los emprendimientos extractivos, y
simultáneamente avanzar en una corrección social y ambiental de los precios de
los productos extraídos”[25].
A decir
verdad ha sido Gudynas quien ha trabajado más el diseño de alternativas, en
este caso post-extractivistas, en comparación con el trabajo de Borón. Pero
esta coincidencia que acabamos de señalar arriba, más allá de evidenciar
algunas inconsistencias en el discurso del investigador argentino, es una
muestra de las dificultades para pensar, generar, producir y explicitar
alternativas post-capitalistas en un mundo en crisis, con paradigmas en crisis,
que en la mayoría de las veces no dan alcance para interpretar la realidad, y
muchos menos para diagnosticar y esbozar caminos ante tales niveles de
incertidumbre e hibridación. Resulta dificultoso juzgar tan rígidamente la
carencia de alternativas “realistas” en una izquierda que tiene más claro lo
que no quiere, pero que muy poco ha avanzado en construir teoría(s) para andar
hacia el mundo que desea.
No
obstante, Borón reconoce que:
un
genuino proyecto de “buen vivir” implica definir, de algún modo, el programa
socialista para el siglo XXI. El problema es que esta es una tarea
eminentemente práctica, toda vez que la teoría ―como el célebre búho de Minerva
mencionado por Hegel― siempre despliega sus alas al anochecer, es decir, cuando
la praxis histórica de los pueblos resuelve (o trata de resolver) los desafíos
que enfrenta la sociedad[26].
Esta
idea es fundamental en el sentido de que reivindica los saberes populares
y su potencial creativo y emancipatorio, descentralizando los procesos de
producción de saberes, que han sido universalizados durante varios siglos por
la epistemología colonial. Sin embargo, Borón, en su crítica al supuesto
“espontaneísmo” de los movimientos sociales ―nuevamente una tipificación
estereotipada para criticar en general al resto de los movimientos sociales[27]―, propone la necesidad de una teoría revolucionaria: “Puede
parecer demasiado iluminista pero no importa: en ausencia de tal teorización,
difícilmente podrá haber prácticas de masas emancipatorias o revolucionarias.
Solo una teoría que diga y demuestre que otro mundo es posible persuadirá a las
masas a actuar; ante la ausencia de una tal teoría la respuesta ha sido la
resignación y la desesperanza”[28].
En este
continuo vaivén entre el estructuralismo y algunas reivindicaciones moleculares
que hace Borón, se asoman paradojas como estas que pone al sujeto político ante
un dilema ontológico. Nuevamente los movimientos sociales se enfrentan a la
disyuntiva entre ser “masa” bajo un mando centralizado y jerarquizado, o bien
articularse orgánicamente en la diversidad, con las dificultades y desafíos que
esto supone. Pero preocupa sobremanera, que Borón plantee que muchos movimientos
sociales y fuerzas políticas estén abriendo una brecha con los gobiernos
progresistas, y que en su crítica estén “en coincidencia con la virulenta
contraofensiva estadounidense destinada a revertir los avances registrados en
la primera década de este siglo” o “en estrecha asociación con
organizaciones abierta o veladamente instrumentales a la política imperialista
en la región”[29], lo que puede constituir la apertura a un peligroso camino de
abierta satanización de la crítica y de criminalización de la protesta,
estableciendo un nuevo signo en la relación de los movimientos sociales con los
gobiernos denominados progresistas. El escenario más fructífero para los
procesos revolucionarios es el continuo y permanente debate y práctica crítica.
Lo otro genera preocupantes interrogantes.
Emiliano
Teran Mantovani es sociólogo de la Universidad Central de Venezuela,
investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos CELARG y
hace parte del equipo promotor del Foro Social Mundial Temático Venezuela
Fuentes
consultadas
- ABYA Yala
Universidad Politécnica Salesiana. Fundación Rosa Luxemburg (coordinadores). Más
allá del desarrollo. Fundación Rosa Luxemburg/Abya Yala. Caracas, 2011.
- BORÓN,
Atilio. América Latina en la geopolítica del imperialismo.
Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Caracas, 2012.
- BRITTO
García, Luis. ¡Arrancó el golpe judicial en Venezuela! Aporrea.
Domingo, 18/08/2013. Disponible en:http://www.aporrea.org/ddhh/a171974.html.
[Consultado: 19/08/2012].
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del ALBA desde el Pacífico XII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del
ALBA-TCP. Guayaquil, 30 de julio de 2013. Disponible en: http://cancilleria.gob.ec/wp-content/uploads/2013/07/declaracion-alba-guayaquil-julio-2013.pdf.
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- GUDYNAS,
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Varios, Extractivismo, política y sociedad. CAAP (Centro Andino de
Acción Popular) y CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social). Quito,
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- HARVEY,
David. El nuevo imperialismo. Ediciones Akal S.A. Madrid, 2007.
- MARX, Karl. La
Guerra Civil en Francia. Manifiesto del Consejo General de la Asociación
Internacional de los Trabajadores. SOV Baix Llobregat, 2009. Disponible en: http://www.enxarxa.com/biblioteca/MARX%20La%20guerra%20civil%20en%20Francia%20-%20sense%20afegits%20C2.pdf.
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- STEFANONI,
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28-04-2010. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=104803.
Consultado: [23/08/2013].
- STEFANONI,
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En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=104803.
Consultado: [23/08/2013].
- TERAN
Mantovani, Emiliano. Semillas de transformación en los movimientos
sociales venezolanos. ALAI, América Latina en Movimiento. 2013-07-17.
Disponible: http://alainet.org/active/65751.
Consultado: [17/07/2013].
[1] Cfr. Declaración del ALBA desde el Pacífico XII Cumbre de
Jefes de Estado y de Gobierno del ALBA-TCP. Guayaquil, 30 de julio de 2013.
pp.2-3. Subrayado nuestro.
[2] El término “pachamamismo”, que puso de moda Pablo
Stefanoni, emerge en un contexto específico de debate en Bolivia. Los
pachamamistas para Stefanoni son sujetos con visiones esotéricas de la política
y la crisis civilizatoria. Se trata para este autor, de filosofías huecas, poco
serias y realistas. Véase: STEFANONI, Pablo. ¿Adónde nos lleva el
pachamamismo?, e Indianismo y pachamamismo.
[3] BORÓN, Atilio. América Latina en la geopolítica
del imperialismo. p.176
[4] Ibíd. p.149
[5] Cfr. Eduardo Gudynas, «Sentidos, opciones y ámbitos de
las transiciones al postextractivismo» en: ABYA Yala Universidad
Politécnica Salesiana. Fundación Rosa Luxemburg (coordinadores). Más
allá del desarrollo. pp.273, 292-293. Gudynas además advierte que si un
país llevara a cabo políticas de transición post-extractivistas de manera
unilateral dentro de América del Sur, los emprendimientos extractivistas
simplemente se mudarían a una nación vecina. pp.284-285
[6] Op. Cit. pp.149-150
[7] Cfr. MARX, Karl. La Guerra Civil en Francia.
Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los
Trabajadores. p.18. Continuaba Marx diciendo: “…limpiando así, al mismo
tiempo, el suelo de la sociedad de los últimos obstáculos que se alzaban ante
la superestructura del edificio del estado moderno, erigido en tiempos del
Primer Imperio, que, a su vez, era el fruto de las guerras de coalición de la
vieja Europa semifeudal contra la Francia moderna”.
[8] Op.Cit. p.166
[9] Sobre esto, véase: TERAN Mantovani, Emiliano. Semillas
de transformación en los movimientos sociales venezolanos.
[10] Op.Cit. p.150
[11] German Gorraiz López alerta de los peligros de una nueva
crisis alimentaria y resalta las altas vulnerabilidades en este campo de, entre
otros países, Venezuela, Bolivia y Paraguay, sumado a México, las Antillas y
América Central. Véase: El rally alcista de las commodities y sus
efectos colaterales.
[12] Preocupa sobremanera que en la mencionada “Declaración
de Guayaquil” del ALBA, el rechazo al anti-extractivismo, también se
traduce en un rechazo a la exigencia de que la explotación de los recursos
naturales “se pueda hacer solamente sobre la base del consentimiento previo
de las personas y comunidades que viven cerca de esa fuente de riqueza. En la
práctica, esto supondría la imposibilidad de aprovechar esta alternativa y, en
última instancia, comprometería los éxitos alcanzados en materia social y
económica”. Op.Cit. pp.2-3. Esto aviva nuevamente el debate sobre la
relación democracia y extractivismo, entre soberanía popular y territorio,
entre pobreza y desarrollo. ¿Es el extractivismo compatible con una sociedad
democrática?
[13] Op. Cit. pp.170-172
[14] Op.Cit. p.183
[15] Op.Cit. p.164.
[16] Op.Cit. p.183
[17] Cfr. GUDYNAS, Eduardo. «Diez tesis urgentes sobre el
nuevo extractivismo», en: Autores Varios, Extractivismo, política y
sociedad. p.197
[18] Op.Cit. p.163
[19] Op.Cit. p.173
[20] Cfr. HARVEY, David. El nuevo imperialismo.
p.139
[21] Luis Britto ha venido denunciando la posibilidad de un
golpe judicial contra Venezuela canalizado por la vía de la Corte
Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH). Véase: ¡Arrancó el golpe
judicial en Venezuela!
[22] Op.Cit. 184
[23] Julio Gambina, al reflexionar sobre las causas que
llevaron a la materialización del Golpe de Estado en Paraguay a finales de
junio de 2012, aseveraba que: “haber favorecido y fortalecido en Paraguay en
estos años la economía extractivista, contra otras formas de producción
agraria, sea campesina, indígena, cooperativa, o de producción familiar, es
parte de la desmovilización popular en el sustento de un cambio estructural”.
GAMBINA, Julio. La crisis mundial también se siente en la economía
local.
[24] Op.Cit. p.177
[25] Eduardo Gudynas, «Sentidos, opciones y ámbitos de las
transiciones al postextractivismo» en: ABYA Yala Universidad Politécnica
Salesiana. Fundación Rosa Luxemburg (coordinadores). Más allá del
desarrollo. p.281
[26] Op.Cit. p.166
[27] Es curioso que Borón acuse de “impacientes” a los
críticos del extractivismo y los llamados “pachamamistas” o “pachamámicos” por
exigir resultados inmediatos a los gobiernos progresistas, pero se juzgue
duramente a los movimientos sociales por supuestamente dejar intactas y
vigentes las premisas neoliberales (en tan escaso tiempo). Cfr. p.230
[28] Op.Cit. p.232
[29] Op.Cit. pp.178-179
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