Ariel Noyola
Rodríguez
Gabriela
Riveros Medina
Alai
La sobreproducción en el ámbito mundial, la caída de la demanda debido a
la desaceleración del crecimiento global, el alza de las cotizaciones del
dólar, así como la explotación a través del aceite que otorga el hidrocarburo
esquisto bituminoso (grupo de rocas sedimentarias con la suficiente abundancia
en material orgánico querógeno como para producir petróleo a través de la
destilación), son factores que han repercutido en la caída sostenida de las
cotizaciones del oro negro desde mediados de 2014.
Es indudable que la abrupta disminución del precio ha generado
incertidumbre en los países miembros de la Organización de Países Exportadores
de Petróleo (OPEP), mismos que sostienen sus presupuestos públicos bajo
perspectivas de un rango de precios que oscila entre los 100 y 110 dólares por
barril. En la actualidad, sin embargo, los precios se han estabilizado en una
banda que va de los 50 hasta los 70 dólares en sus variedades West Texas
Intermediate (WTI) y Brent.
Todo parece indicar que la cotización del energético seguirá enfrentando
presiones a la baja en el corto plazo, o al menos con tarifas muy por debajo de
las observadas entre 2002 y junio del año pasado (después de la quiebra de
Lehman Brothers en septiembre de 2008, las cotizaciones del mercado petrolero
mundial se desplomaron, meses después volvieron aumentar ante el valor refugio
que los títulos vinculados al petróleo representaron para las inversiones en la
esfera financiera).
Hay que destacar que la caída en los precios del petróleo (así como del
resto de los commodities, a excepción de los alimentos) no se trata
únicamente de una fluctuación menor, sino que constituye, en realidad, una
tendencia crónica y de largo plazo que nos plantea un nuevo escenario
geopolítico global. ¿Qué naciones se ven perjudicadas y cuáles se ven
beneficiadas tras este nuevo ordenamiento que podría revolucionar, de manera
paulatina, el mapa energético mundial?
Dentro de los beneficiados se encuentran a grandes rasgos los mercados
importadores de crudo. En esencia, los territorios donde se encuentran los
mayores yacimientos de shale oil o lutitas bituminosas del
mundo, posicionándose Australia en primer lugar, seguido de cerca por la
Federación Rusa, Estados Unidos, Argentina y Libia, según datos de la Agencia
Internacional de Energía (IEA, por su sigla en inglés).
No obstante, debido tanto a factores económicos como medioambientales,
ninguno de estos países (a excepción de Estados Unidos) ha destinado un monto
de inversiones significativo para el desarrollo tecnológico en la exploración y
explotación de estas piedras metamórficas arcillosas procedentes de la fauna y
la flora acuática. Es, por lo tanto, Estados Unidos quien se encamina a
posicionarse, de manera aparente, como el productor mundial de referencia
gracias al aumento sostenido de su producción desde 2013.
Sin embargo, en cuanto los efectos derivados de la caída de los precios,
los casos de Estados Unidos y la Unión Europea ameritan especial atención. Si
bien es cierto que por un lado los ingresos de las familias se han visto
aliviados por la caída del precio de las gasolinas, por otro lado no obstante,
el desplome en las cotizaciones de los productos energéticos ha consolidado la
deflación (caída de precios) de la economía en su conjunto y con ello,
incrementado los riesgos de caer en una recesión prolongada o peor aún, una
depresión económica.
Asimismo, dentro del grupo de naciones más perjudicadas se encuentran
Rusia, Irán, Argelia y Arabia Saudita. Mientras que en América Latina destacan
los casos de Venezuela y Ecuador, entre otros países. No obstante, esta
disminución en los ingresos parece no afectar tan gravemente a Arabia Saudita
(líder mundial en la extracción de petróleo a través de fuentes convencionales),
que optó por descartar una reducción en la producción del oro negro en
el marco de las reuniones de la OPEP como vía para evitar el desplome de las
cotizaciones, aceptando incluso, disminuir la tarifa de precios a sus clientes
asiáticos.
La jugada estratégica del país árabe tiene dos
objetivos. En primer lugar, busca conservar su cuota de venta en el mercado
petrolero mundial. Y en segundo lugar, constituye un intento por desestabilizar
económicamente a Irán, país con el cual mantiene una histórica relación
disonante por poseer mayorías musulmanas chiítas en vez de seguidores sunitas,
que es como entiende al Islam el Reino Saudí.
Sin embargo, la estrategia únicamente privilegia los intereses de la Tierra
de las Mezquitas Sagradas, mientras que al mismo tiempo provoca graves
desequilibrios económicos en los demás miembros de la OPEP. Venezuela y
Ecuador, países que pertenecen a la región con la segunda reserva petrolera más
importante del mundo, sólo después de Oriente Medio, han sido testigos del desvanecimiento
de una tercera parte de su principal fuente de ingresos.
En la actualidad, Venezuela obtiene 96 por ciento de sus divisas de las
exportaciones de crudo. Según cálculos de Barclays, cada vez que el precio del
barril se reduce en 1 dólar, el país deja de recibir alrededor de 720 millones
de dólares al año. Por otro lado, según los datos más recientes del banco
central de Ecuador, las exportaciones cayeron en 805 millones de dólares entre
2013 y 2014. En consecuencia, el gobierno del presidente Rafael Correa anunció
recortes por un monto de 1 mil 420 millones de dólares al presupuesto de 2015.
¿Deja esta experiencia algún aprendizaje para Sudamérica? Es indudable.
Se ha vuelto imperativo generar una mayor diversificación en la composición del
comercio exterior. Los gobiernos de la región deben concentrar sus esfuerzos en
la construcción de cadenas industriales y tecnológicas horizontales que
promuevan, en la medida de lo posible, la producción de bienes de alto valor
agregado.
Asimismo, es necesario poner en marcha cuanto antes el Banco del Sur,
ampliar los recursos del Fondo Latinoamericano de Reservas y masificar el uso
del Sistema Único de Compensación Regional, los tres pilares de la arquitectura
financiera sudamericana que, de manera decisiva, ayudarían a capear el temporal
que amenaza con subsumir a las economías de la región.
Hay que destacar que el petróleo no sólo cumple una función energética,
sino que además actúa como un arma de orden geopolítico. La caída de los
precios del crudo (es necesario enfatizar que no sólo deriva de la recesión
global sino a una estrategia política a largo plazo impulsada por el
capitalismo central) dejó al descubierto el carácter vulnerable de las
economías sudamericanas, las cuales no han generado estructuras productivas que
estimulen la ampliación del mercado interno ni el aumento de los flujos de
comercio e inversión al interior de la región, para así enfrentar con mayor
resiliencia las fluctuaciones a la baja del ciclo económico.
En lugar de ello, se han orientado (a través de la imposición por golpes
militares) hacia una mayor dependencia de las exportaciones, situación que
aunada a la revalorización del dólar, aumenta de manera exponencial las deudas
externas denominadas en la divisa estadounidense de los países periféricos.
En conclusión, a 6 años de distancia del inicio de la crisis, la
tendencia deflacionaria cobró fuerza y alcanzó las cotizaciones del mercado
petrolero mundial. Los efectos del desplome son diferenciados entre países; y
en el caso de las economías sudamericanas, reproducen su carácter dependiente
en el mercado mundial al transferir parte del 0.5 por ciento del producto
interno bruto global a las economías industrializadas. Esta problemática no
sólo afectará a Sudamérica: también podría disminuir la demanda de manufacturas
importadas desde China y Europa, lo que repercutiría en una espiral
deflacionista de mayor vigor en el viejo continente.
Finalmente, el escenario geopolítico global, más que favorecer cambios de
posiciones en el sistema internacional, apuntalará la conformación de zonas de
influencia y dominación internacional, situación que las economías
latinoamericanas podrán encarar mejor a través del reforzamiento de los
procesos de integración regional, que dotan de un mayor poder de negociación
frente a otros bloques en la toma de decisiones. En definitiva, sumar esfuerzos
y comprometer una agenda regional es quizás una de las vías para salir avante
en medio de la guerra de precios y crisis mundial que nos aqueja.
- Ariel
Noyola Rodríguez es Economista
egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México.
- Gabriela
Riveros Medina es Economista egresada de la
Universidad de Santiago de Chile.
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